Fidel Castro y los suyos medio siglo atrás.
A buena distancia del triunfo revolucionario, el destino de Cuba sigue dividiendo a la opinión pública mundial. Para unos, la Revolución de Castro, el Che Guevara y sus barbudos de entonces, permitió imponer la más longeva dictadura en territorio americano. Para otros, comportó una gesta que, pese al desgate que provocan el tiempo y los muchos avatares, continúa influyendo en el destino continental.
En realidad, la importancia de la experiencia cubana no dista de conocer el triste derrotero de los ensayos colectivistas. Sin duda saboteados por potencias imperiales; aunque también por las entrañas mismas de un sistema que, al no favorecer la libertad de iniciativa u opinión ni la propiedad privada, lejos está de impulsar el desarrollo económico y cultural: piedra angular de la verdadera equidad.
La supuesta igualdad en la pobreza eterna -desmentida por férreas burocracias que secuestran los primigenios símbolos de justicia para todos, junto a la del plusvalor creado por sus asalariados-, y los financistas externos (antes los rusos; ahora Chavez) han permitido que Cuba sobreviva al colapso de la URSS y sus satélites, o a la soterrada reconversión de otros, como China y Vietnam, por medio de este régimen canalla (que según Raúl Castro permanecerá medio siglo más).
¿Fue entonces la mentada gesta de Sierra Maestra un bluff autorizado por Washington, y el derrumbe estrepitoso de la dictadura batistana que por entonces regenteaba el virtual burdel yanqui?
Desde luego que no. Como tantas revoluciones que intentaron cambiar una realidad rebosante de injusticias, la de Castro, Guevara y sus guerrilleros de la Sierra fue una gesta llena de heroísmo, abnegación y valor.
En 1917 Lenin, Trotski y los bolcheviques procuraban suprimir el atraso ruso y la sinrazón de un zarismo anclado en lo peor del Medioevo. La experiencia, tortuosa y paranoica, desembocó en un lógico terror estaliniano, ya prefigurado en la dictadura del partido único y la subordinación forzosa de campesinos y obreros a su operativa.
Avanzado en el turbulento siglo XX hallamos héroes y alzamientos justicieros en muchos puntos del planeta. Precediendo a la Revolución Rusa despunta la Mexicana, surgida en la entraña misma del pueblo. El peronismo acreditó otra gesta popular basada en la sindicalización masiva, grandes beneficios sociales y, pareja a esos avances, la tutela absorbente y tiránica de su líder.
En territorio americano hubo varios intentos de cambiar las viejas reglas sociales, imperantes en realidad desde los días de la independencia. Si bien fue el Estado Justicialista quien más avanzó en el sendero hasta que la Revolución Cubana lo ahondó, instaurando un peculiar comunismo tropical, las únicas revoluciones ensayadas desde el pleno Estado de derecho correspondieron a la Guatemala de Jacobo Arbenz y (20 años después) el Chile de Salvador Allende.
El derrocamiento del primero a manos de mercenarios del Ejército y pistoleros, alquilados por el siniestro Allen Dulles, marcó profundamente a Guevara y su jefe, el levantisco abogado y ex lider estudiantil Fidel Castro Ruz.
Años antes, el populista colombiano Jorge Elícer Gaitán caía asesinado por sicarios de la oligarquía, aliados con la estrategia del Departamento de Estado; pródigo respaldando sátrapas. En adelante, el destino de Colombia acentuó las tragedias del pasado a pesar de la falsa receta democrática sobrevivida hoy.
El hondo drama de América Latina, Continente de mayorías hambreadas y logreras elites, era convalidada históricamente por el gran vecino del norte y sus constantes intromisiones.
La influencia que esta sujeción a regímenes injustos, patrocinados por poderes externos, determinó que el destino de la rebelión en la Sierra Maestra se extendiese al resto de Cuba, imponiendo la expulsión del tirano Batista y el desarrollo de un inédito experimento socializador en tierras americanas.
No voy a extenderme en lo que es de dominio público. El fracaso de la experiencia liberadora llegó pronto, al instaurar los ex guerrilleros un régimen opresor, que cincuenta años después exhibe menos logros que aciertos.
La Cuba actual es un Estado empobrecido, dónde la extensión de la educación y la sanidad a su población apenas le alcanza para sobrevivir al racionamiento, los bajísimos sueldos y una absoluta falta de futuro.
Por desgracia, tal es el destino de aquellas revoluciones que, por una u otra causa tuercen sus enunciados. Para las que no (las experiencias de Arbenz y Allende lo acreditan), se han venido empleando desde el exterior y en una forma u otra, métodos más expeditivos.
No defenderé a Castro ni a Guevara. Tampoco a Lenin, Trotski, Mao Zedong o el Mariscal Tito (guerrillero antinazi, rebelde ante Stalin y dirigente amado por su pueblo). Perón, Vargas y aún el más honesto Lázaro Cárdenas merecen sendas críticas en lo que atiene a los despotismos que realizaron, o de alguna forma prohijaron.
Pero la defensa del impulso revolucionario procurando transformar la realidad en un sentido avanzado, seguirá marcando hitos en la Historia, a pesar de los fracasos que hasta hoy jalonan su curso en muchos casos.
El desencuentro entre el progreso y su perentoria necesidad, es la consecuencia de realidades que, al promover contradicciones insalvables entre lo mejor y lo posible, estimulan que el poder en sí mismo imponga la ambición estructural de perpetuarse, en desmedro de quienes previamente habían acreditado honestidad y valor.
Una mirada responsable a las trayectorias de Fidel Castro, Guevara o Perón, nos revela en principio, la inquebrantable decisión de transformar desde el protagonismo realidades adversas, que en el fondo acaban pasándoles factura.
El ejemplo cubano es el más longevo y atípico, al surgir prácticamente de un puñado de valientes -sobrevivientes de una masacre- resueltos a imponer la justicia derrocando la tiranía desde la selva y los montes de una inexpugnable Sierra; hasta entonces refugio ocasional de bandoleros y desertores del Ejército.
En aquellas jornadas, las ideologías de Fidel Castro y Ernesto Guevara no cruzaban la barrera del nacionalismo reformista. Empero, eran conscientes de lo que deberían acometer para derribar privilegios en Cuba. También de que Fulgencio Batista, firme aliado de "Occidente" y la mafia ítalo americana de Miami, no era el enemigo más poderoso que enfrentarían.
Quizá en los comienzos de la epopeya, Guevara y Raúl Castro - influenciados por el marxismo- lo tuvieran más claro que Fidel, básicamente nacionalista. Sin embargo, el carisma, la capacidad operativa y la iniciativa, pertenecían a este último por derecho propio.
La intención de probar, por parte de algunos historiadores y neocons, que los EEUU jugaron un rol estimable en el exit de Batista al decantarse por los guerrilleros hacia el final de la campaña, enmascara el cuadro real de la situación.
Lo mismo reza cuando se procura minimizar el esfuerzo y la tenacidad de los bolcheviques, reduciendo su iniciativa a los favores del Gobierno del kaiser al facilitar el retorno ferroviario de Lenin a territorio ruso durante la Gran Guerra; la lealtad de parte del Ejército y la policía a Perón, en las horas que precedieron al 17 de octubre de 1945, o la irrisoria contribución de algunos prostíbulos de la Argelia francesa al FLN clandestino de Ben Bella y Bumedián.
En estos casos, a la voluntad y audacia de los líderes en su afán de transformar la realidad contra viento y marea, se sumó el respaldo activo de grandes mayorías. Lo demás, fueron ramalazos de viento y olas a favor que, sin ser minimizables, lejos están de justificar la epopeya de mayor significación.
Éso es lo que permanece vivo y estimulante en la marcha de la historia. Aunque entre voluntades y decisiones, muerdan una y otra vez el polvo las buenas intenciones, privilegiando las ambiciones aquellas que machacan el futuro al presunto modo spengleriano, y con ellas, los ideales de justicia para todos.
Conceptos que unos personajes extraordinarios -para bien y mal- procuraron llevar a cabo, en horas tempranas y francamente heroicas.
Realicé mi reseña sobre "Che. El argentino" en esa perspectiva. Entonces, los líderes revolucionarios- a diferencia de Lenin y Trotsky (o hasta cierto punto Tito y Mao)- no eran marxistas. Pero la circunstancia de América y el doloroso pasado cubano, sujeto a inadmisibles tutelas, resultó complementado por un cuadro internacional de Guerra Fría y emergencia en varios territorios del Tercer Mundo, determinando el curso imprevisto de la saga.
A la reforma agraria y la larga serie de expropiaciones de haciendas y compañías extranjeras, siguió la de las empresas nacionales hasta culminar el proceso de socialización en la desembocadura marxista leninista, enunciada por Fidel Castro con una domesticada paloma blanca posada estratégicamente en su hombro izquierdo.
Hoy, de aquellos valores argamasados entre la Sierra Maestra y el Año Uno de un poder revolucionario que conmovió al mundo de entonces - influyendo a las masas latinoamericanas y a algunos gobiernos-, restan desflecados girones, mal remendados a un líder moribundo y a otro casi tan viejo que mandará por poco tiempo, escoltados ambos con canino afán por los jóvenes oportunistas formados por la gerontocracia revolucionaria, medrando con los restos de un régimen cercano a su extinción.
Y no es que los cubanos se merezcan todo el oprobio que sobrevino al desengaño, matizado por la alianza con el Kremlin de la nomenklatura, o ahora con el papagayo Hugo Chávez (y el nuevo Kremlin del Putin o los ayatolas de Irán).
Ni antes lo habían merecido los guatemaltecos una vez huido Arbenz, ni los argentinos cuando Perón perpetró su ensayo distributivo y se largó tan campante, o los campesinos y obreros de la vieja Rusia, esclavizados por una nueva clase parasitaria durante setenta y tres largos años bajo el siniestro manto de la trágica fábula comunista.
Una mirada simultánea al Atlas planetario y las revoluciones del siglo pasado, nos prodigará muchos otros episodios del tenor.
¿Es ello motivo de que nos volvamos escépticos para con ideales de justicia para todos, erradicación de la miseria, el crimen y las guerras, venciendo para siempre el azote del cambio climático y al terrorismo?
Mientras conservemos un suspiro, la bandera de la esperanza acompañará la existencia de los que así pensamos, sentimos, y en alguna forma obramos...
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