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viernes, 16 de enero de 2009

LA PERPETUACIÓN DE LA MASACRE

Atroz imagen de un genocidio indígena practicado en el siglo XIX por la democracia más antigua del mundo. La historia se repite en Gaza.

No nos engañamos. Las masacres perpetradas contra los indígenas norteamericanos se sucedieron hasta exterminar por completo su reinado en las praderas. La grandeza de los EEUU se edificó sobre ese cementerio. Hoy el Ejército israelí aplica la misma estrategia en la Franja de Gaza. En su imaginario, los palestinos equivalen a los cheyennes, apaches o los sioux para el organigrama de terror y sometimiento.
En el fondo, la vida de los que apenas sobreviven al hambre y la penuria en un virtual ghetto estrictamente vigilado, vale menos que la de sus virtuales cancerberos.

Los que justifican este brutal atropello a los derechos fundamentales de un pueblo esgrimen la condición democrática del Estado judío, oponiéndola a las teocracias árabes de la vecindad. El valor de una democracia, dicen, radica en garantizar el pleno Estado de derecho a sus ciudadanos.
La historia de un sistema aún joven y minoritario en el planeta, define una media verdad en lo que atiene en cada caso, a su verdadera proyección exterior.
La democracia norteamericana, por ejemplo, compatibilizó el Estado de derecho de su sociedad blanca -basada originariamente en la inmigración-, con el exterminio indígena.
Los naturales de la región eran para ellos pieles rojas de conglomerados tribales atrasados y salvajes, comandados por caciques crueles y chamanes taimados, cultores de costumbres bárbaras y una adoración canina hacia dioses ridículos.
Hoy reitera un próspero y blindado Estado, el esquema discriminador de otra sociedad blanca, calcando su procedimiento. Sin embargo, el cuadro de situación es muy distinto. La nación árabe ocupa un mapa extenso y a diferencia de los indígenas norteamericanos, o los de América del Sur (sólo parcialmente exterminados gracias al mestizaje), se reproduce puntualmente en cada territorio.
En cambio Israel, pese a su enorme desarrollo y poderoso armamento (que alcanza incluso la fase nuclear) es un pequeño país, proclive a usurpar territorios en clara violación del derecho internacional, según resoluciones de la ONU.
Del exterminio palestino de Gaza guardarán memoria los pueblos árabes y el mundo civilizado. La Historia no eximirá a sus responsables aunque esgriman la lucha contra el terrorismo en la propia defensa. Poco cuenta en la estimación el valor democrático de un Estado agresor, si su política exterior no respeta lo que puertas adentro.
Los protectores imperiales del Estado judío son al respecto el más claro ejemplo, y no sólo por la masacre de sus indígenas. Los iraquíes dan hoy fe de ello, como antes la dieron los vietnamitas y muchos otros pueblos de América Latina; empezando por México.

Se me dirá que el terrorismo de Hamás y sus provocaciones balísticas sobre territorio israelí han desencadenado esa respuesta.

Siendo así, su magnitud de exterminio sistemático no deja lugar a dudas sobre la naturaleza colonial del Estado judío; fortalecido ante Hamás, pero debilitado ante la comunidad internacional.
Ante la manifestación de su brutalidad, desoyendo el clamor universal que exige el fin de la ofensiva, poca distancia media entre los bravos jefes de los dueños de las praderas y los combatientes palestinos.

Pero si los primeros fueron vencidos y humillados merced al aislamiento, a estos otros será imposible vencerles; aunque esta brutal masacre- en la que ni siquiera faltan armas químicas de uso prohibido por el derecho internacional ni el bombardeo de hospitales- les haya restado hasta hoy más de mil vidas, sumándoles cerca de tres mil heridos de consideración.

La tierra y el agua de este mundo pertenecen a todos los seres humanos, no a unos pocos. Debiera entenderlo el pueblo hebreo, forzando el cese operativo de su Ejército, camino a una seria negociación que garantice el inmediato alto el fuego y la consecución de una paz duradera con sus vecinos, basada en la justicia y la equidad.







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