Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

lunes, 5 de enero de 2009

LA TRAICIÓN DE AMELIA BENCE

Amelia y José Gola (1938)

Pesco en la red una entrevista radial realizada desde España a Amelia Bence (nacida Amelia Batvinik, de padres lituanos en 1919). En los días de mi niñez argentina Amelia, era una estrella importante; comparable a Tita Merello, Mecha Ortiz, Niní Marshall, Olga Zubarry, Mirtha Legrand y Zully Moreno. Durante aquellos años ella vivía con mi compatriota Alberto Closas en Buenos Aires.
El rasgo que, a más de su calidad dramática llamaba la atención, radicaba en grandes ojos violáceos, de buen equilibrio en una faz pequeña, de rasgos suaves y óvalo perfecto,que revelaban carácter, bondad e integridad.
No obstante haber filmado cuarenta y tantas películas bien digeridas por el público (algunas en México y España), su pasión era el teatro. Allí debutó siendo muy joven, y es dónde al parecer finalizará su prolongada carrera, tras un cierto tránsito en la televisión y otro mucho más estelar en la fantástica radiofonía porteña de los años ´4o y ´50.

Desde varias temporadas, y con un rostro que sucesivas intervenciones fueron estirando hasta casi plastificar, volvió a encarnar al personaje de Alfonsina Storni (antes lo hizo en el cine de 1948).

Su interpretación cobraba en los dos casos ciertos antecedentes biográficos. La poetisa oficiaba en los años ´20 y´30 como profesora de arte dramático en el Grupo Labardén, fragua de futuros actores de renombre.

En declaraciones hechas al diario Clarín hace ya tiempo, Amelia narró la anécdota vivida ante la profesora cuando, tras escribir (en un ensayo) una carta a los Reyes Magos, los nervios forzaron que en escena se tragase el sello de correos.

"Tosiendo y llorando me fui a bambalinas, y Alfonsina me dijo con firmeza y palmeándome el trasero: "¡Vamos a escena mocosa, que usted va a ser actriz!"

La Storni, enferma de cáncer y mal de amores, se inmoló en las aguas de Mar del Plata en octubre de 1938. Aquél año su alumna (que en realidad había ya debutado en el cine un lustro antes) protagonizaba con veinte años y junto a José Gola (el Clark Gable argentino) "La vuelta al nido", un clásico de Leopoldo Torres Ríos.

Luego llegaron nuevos filmes proyectando su rutilante estrellato y el de otras grandes figuras del cine nacional; por entonces puntero en calidad de exportación al resto de Latinoamérica.

El arquetipo de esplendor físico y moral inscrito por las heroinas de Amelia en el cine de la época, pervive en la remembranza de los "Días de Damas", proyectando en ciertas salas suburbanas y en dos secciones de tarde y noche, cuatro películas argentinas.

De programar esas jornadas (bisagra entre la cartelera de la previa semana y la nueva) en Quilmes, se ocupaba la desaparecida sala del "Mitre", algo alejada del centro. Yo acudía a visionarlas durante las vacaciones escolares por el bajo coste del boleto.

Recuerdo vivamente los carteles y fotos adosadas a las paredes del hall, de aquellas cintas; viejas muchas de ellas, aunque todas sonoras. En algunas reinaban Amelia y el galán de turno; que podía ser Francisco Petrone, o entre otros, Arturo García Buhr, Santiago Arrieta, Enrique Álvarez Disosadao, Luís Aldás, su primer marido Closas, o Roberto Escalada.
Por momentos, yo, catalán como Closas, podía llegar a ser de mayor todos y cada uno...
Acomodado en mi butaca de la quinta fila, las imágenes y voces de aquellos actores y actrices que hablaban una de mis dos lenguas, constituían para alguien con pocos años, tan aficionado al cine, un hecho mágico. Los temas -salvando alguno que otro film memorable- eran melodramáticos, pero su factura lucía impecable, y ella aportaba lo suyo.

Ante la imagen que Amelia proyectaba con glamur, presencia y encanto, el efecto de cualquier historia se multiplicaba. Es lo que consigue una estrella de verdad. Además, era el tipo de mujer por el que que mi corazón empezaba a galopar.

Durante el pase de las películas, la pantalla agigantaba su belleza y atractivo, invitándome a soñarla mucho después de que que yo hubiese vaciado en la penumbra el paquetito de garrapiñadas o el sangüche casero.

En esta víspera de Reyes del 2009, cuando varias décadas atravesaron mi existencia y la imagen de Amelia Bence (nacida como intérprete junto al cine sonoro en "Dancing") se perdió un poco entre el polvo del tiempo, -junto a las tramontanas y los mestrales de mi tierra natal- vuelvo a escuchar su inconfundible voz levemente nasal y algo tocada por la ancianidad, clamando ante mi alarma, para que, "a los jóvenes que delinquen, asaltan y matan se los cuelgue en una plaza pública, ¡cómo en la Inquisición!"

Los años nos mejoran o empeoran. Y resulta que Amelia, la dulcísima y abnegada esposa joven de "La vuelta al nido", o la templada heroína de "Los ojos más lindos del mundo", "Lauracha", "La dama del collar" y "Nuestra Natacha" empeoró en la cierta longevidad hasta ese extremo, punitivo y traidor, en otra sociedad, compleja para ella, agobiante y muy opuesta a la de sus plácidos días de gloria.
Hoy, ya nonagenaria, aunque siempre enérgica y activa en la escena, ante quien fuera estrella de un cine extinto y tributario de Hollywood (a poco para colmo de plantar en la escena a una maestra de actores y poetisa eminente, que hizo del canto al amor su legado), no puedo sino aferrarme con cierta desesperación al otro imago, que representaba mi afición por la dueña de unos ojazos prodigiosos y su bondad sin límites.
Un sentimiento resguardado por la niñez de los años ´50 en mi emoción del nuevo siglo, y revivido ahora en brutal contraste, por la forzosa evocación de aquellos Días de Damas que programaba semana a semana, el viejo Cine Mitre.
Cuando poquísimos jóvenes de entonces robaban o mataban, y que yo sepa, nadie, ni siquiera en la siempre agitada arena política, clamaba por una versión criolla de la Ley de Lynch, o la que actualmente ejecutan para horror del mundo civilizado los crueles ayatolás iranios...










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