Es sin duda éste filme, poco visto en su momento, gracias a su acidez despiadada. Kirk Douglas está inmenso interpretando a Chuck Tatum, el periodista en caída libre, resuelto a triunfar por sobre despidos deshonrosos y un descrédito constante. Con su automóvil averiado llega en remolque al poblado de Albuquerque, en Nuevo México. Consciente de su valor profesional, el honrado director del periódico local (Porter Hall) le contrata como editor por unos dólares, y durante un año su vida discurre monótona entre nuevas locales y una gran tensión. Sin embargo todo cambia al recalar junto al joven fotógrafo del periódico (Bob Arthur), en una gasolinera cercana a otro pueblo, y a una montaña que resguarda trofeos y cadáveres indígenas. En una de sus grutas quedó atrapado el dueño de la gasolinera (Dick Benedict) al desplomarse un viejo socavón sobre él y su jarrón indígena de cincuenta dólares.
El cerebro de Tatum capta velozmente la oportunidad que presenta el accidente y dispara la noticia, tras internarse en el socavón y contactar con un infeliz al que será difícil rescatar. Su falta de escrúpulos hace el resto, con ayuda del corrupto sheriff del lugar (Ray Teal) y la mujer del sepultado en vida (una joven Jan Sterling). Para que la tragedia sea rentable, cuánto más se demore en sacarlo de allí, mejor será.
Pronto la noticia es suceso y los alrededores de la gasolinera y la montaña se llenan de turistas y sus familias, ansiosos de espectáculo.
Tatum consigue que la prensa neoyorquina vuelva a contratarle, mientras la víctima del derrumbe agoniza sin remisión, confiando en Chuck -su exclusivo visitante y anfitrión del médico- hasta el último instante.
Previamente, se acostó con su mujer, una furcia ansiosa de abandonarle, y mantuvo a distancia (gracias al sheriff) a los periodistas de otros medios.
Sin embargo, la irremisible agonía de la víctima y su sincera amistad (realizada a través de un pequeño hueco en la precaria estructura) conmueven a Chuck, víctima al final de un defensivo tijeretazo de la mujer, ante el que reacciona buscando un cura que imparta la bendición al moribundo, expirando él mismo en la redacción del humilde periódico, al que había regresado.
El guión cinematográfico de Samuels, Newman y el mismo Wilder rezuma amargura y realismo crítico. El enfoque de la prensa amarilla como vehículo que a menudo deforma y corrompe a las masas se realiza sin concesiones. Los diálogos, tan inteligentes cómo cínicos y desangelados, atraviesan escenarios dramáticos poco frecuentes en Hollywood. Dobla su mérito el hecho de haber sido rodada en plena época macartista. En sus comentarios posteriores, Wilder no guardaba especial cariño por la pieza.
Acostumbrado al éxito desde tiempo atrás, había tropezado con una piedra al no halagar al público de una década facilona, en la que primaban las convenciones de la televisión o los grandes espectáculos.
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