La miliciana María Jinesta nos destina su media sonrisa mientras monta guardia frente al Hotel Colón de Barcelona, a mediados de 1936.
Los pueblos sin heroicas leyendas, que alienten el presente, no tienen futuro. La más grande, y tal vez única leyenda de España en muchos siglos, no fue descubrir y colonizar América asesinando aborígenes, a cambio de legarles la sífilis, sino la solitaria resistencia al golpe fascista y sus compinches: un auténtico cantar de gesta digno de celebrarse. Por esa sinrazón, propia de los que no tienen otra patria que los bienes y el dinero, los reaccionarios de siempre, sus hijos y nietos intentaron sepultarla, junto a los restos mortales de muchos republicanos, y la memoria de millones de héroes, durante más de tres décadas una vez muerto el tirano genocida. Que lo hayan conseguido, empleando falsos espejismos y reales amenazas, explica esta podredumbre actual. Ella brota junto a los gusanos y roedores de la desmemoria oficial, gastando ese "a mí qué me importan el pasado,"las dos Españas", los putos ideales y el vecino".
Ya va siendo hora de restaurar aquella conmovedora historia de coraje, fraternidad, valor y ansias de justicia social, enterrando para siempre a estas alimañas, sus sepultureros. Eso, entre otras cosas, para así restaurar la moral perdida y no morirnos de frío, celebrando con orgullo en las calles y pueblos de la patria real, devastada por la pobreza de muchos y la corrupción de unos pocos, una magna leyenda, que hoy nos arrope y reconforte en este helado Continente, cada día más viejo e inhóspito, recuperando la dignidad que un día nos secuestraron tras una injusta derrota y su largo silencio...
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