Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 14 de diciembre de 2013

EL OTRO PAÍS


En un primer apunte describí un Brasil acojedor. No voy a desmentirlo. Pero en esta tierra prodigiosa en perspectiva, hay sombras y fantasmas difíciles de aventar.
Por todos conocidas, las recientes inundaciones, fruto de un devastador temporal de agua y truenos en Río de Janeiro, ahondaron la miseria de muchas viviendas sumergidas, sembrando de saqueos y dolor un tramo de la larga y anegada Avenida Brasil.
Aún hay ocho millones de viviendas sin aseos y agua potable. Los avances en materia social se cumplen con mayor lentitud que la debida, y el Informe Pisa mantiene la educación muy por debajo de los países avanzados; aunque en sostenido avance, año a año. No voy a extenderme en otros temas que abordan en detalle los periódicos (entre ellos, la Edición Brasil de "El país"); sí en cambio sobre una anécdota vivida durante el transporte barcelonés con destino a Río, de las 28 cajas conteniendo material cultural y alguna ropa, desde el Cargo de Aduanas, hasta nuestro piso, sito en uno de los distritos capitalinos más pujantes.
El traslado de los casi seiscientos kilogramos salió a precio módico, tras contratar una furgoneta en los predios aduaneros. En la labor contaban su dueño y un ayudante, hombre delgado, moreno y fibroso, de cierta edad. A cargo del último corrió el desplazamiendo físico sobre una carretilla de las cajas, sin que el otro hiciera otra cosa que charlar con nuestro portero. Mi mujer y yo auxiliamos en lo posible a Edson (así se llamaba). Resultó acreditar sesenta y un años, con nueve clavos insertados en la pierna derecha, fruto de un atropello. El otro era quince años más jóven, pero siendo el patrón, mandaba mucho.
A la hora de pagar lo convenido, resolví que Edson, oriundo de Campo Grande, un pueblito del Grande Río, conociera en prewiew lo que cobraría su chulo, al tiempo que le facilitábamos el lavatorio y una bebida helada.
-No hay otra para el compañero...? (que aguardaba tan campante cinco pisos más abajo).
-De compañero, nada. Ese es un hijo de puta-, dije. Con lo que gana puede pagarse más de una bebida.
María le preguntó cuánto cobraría él esa tarde. La respuesta fue "treinta reales". Menos de un diez por ciento de lo que embolsaba el otro. Por ende, esa cifra no dá para mucho en Brasil. Le sumamos cuarenta y mi mujer le rogó que cerrara la boca, no fuera cosa de que el mierda le cobrara su correspondiente gabela.
-Saben, aquí hay ascensor. Muchas veces debo subir escaleras cargando 50 kilos...
Ésta, la realidad de los Edson, sumisos y resignados a su suerte de pobres, es la otra cara de Brasil. Del esclavista y sumergido, que late silencioso, más allá de las barriadas fraternas y alegres. De los calores del fútbol, los mares de cerveza y el Carnaval.

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