Durante
la Guerra Civil quienes enfrentaron la sedición clerical-militar en
defensa de la legalidad republicana combatieron heroicamente en la mayor
soledad. Con todos sus defectos, el Gobierno del Frente Popular
encarnaba los anhelos de la España pobre y libertaria, rezagada en su
emergencia por la monarquía y el dictador Primo de Rivera durante varios
años.
La apuesta de las
democracias occidentales, encabezadas en Europa por Gran Bretaña y
Francia, o los EEUU cruzando el Atlántico, fue abstenerse de todo
auxilio a los combatientes, milicianos obreros y campesinos luego
encuadrados en el Ejército Republicano, mientras Mussolini y Hitler
enviaban oficiales, tropa y armamento a Franco y sus generales
sediciosos.
El respaldo interesado del Kremlin al gobierno legal se
cobró en metálico e influencia política, empleando al Partido Comunista
local. Sólo el mexicano Lázaro Cárdenas brindó desinteresado auxilio a
los leales, dentro de sus posibilidades, sumándose las Brigadas
Internacionales a los combates desiguales, batiéndose con denuedo, bajo
la vigilancia de Moscú.
Como todos sabemos, la Guerra y su
revolución inicial, que tanto espantó a los "demócratas" continentales
de entonces terminó perdiéndose; aunque enseguida ellos y sobre todo sus
pueblos, debieron enfrentarse a los destrozos de Hitler; Mussolini, y
luego a los feroces militaristas del Japón en Asia.
En España, la
represión de posguerra fue atroz. Gran parte de la élite democrática
debió partir al exilio, o fue asesinada, mientras las cárceles se
llenaban de derrotados y moribundos.
Pero, a diferencia de las
cabezas nazis o fascistas, a Franco, aliado de Alemania e Italia, no le
llegó el tiro de gracia que alcanzó a sus secuaces.
De la ruptura de la
alianza de los "demócratas" con Stalin surgió la guerra fría, y la
amenaza atómica latente. Los vencedores y su Caudillo habían virado su
estrategia subiéndose al carromato anticomunista de Washington. De
hecho, eran una garantía para bases militares y otros negociados
estratégicos, aunque a España, sembrada de miseria e injusticias, se la
mantuvo ajena al Plan Mashall.
En ese marco servil, el dictador
conservó su trono de sangre, silenciando las voces de la libertad y la
democracia por más de tres décadas, con un aislamiento pavoroso del
pueblo español, apenas quebrado por el turismo, nueva industria que
aprovechó la vida barata para los visitantes.
Durante el Gólgota
que significó la tiranía, el Partido Comunista fue el referente
clandestino contra el régimen, secundado por los nuevos sindicatos de
CCOO y UGT.
El desarrollo de las fuerzas productivas, iniciado el
filo de los años ´60, culminaron en un cambio político tras la muerte
del genocida ferrolano. No fue ruptura con el pasado, sino, transición
hacia formas democráticas que heredaban el Estado Monárquico, sancionado
de hecho por Franco antes del entubamiento.
Su deriva
constitucional basamentó su desarrollo en una sociedad civil débil, y
el acuerdo político entre tránsfugas de la derecha franquista y los
jóvenes opositores. La clave del pacto fue no remover oficialmente el
pasado oprobioso ni organizar un Nüremberg local.
Por ello, en
tanto las fuerzas derechistas se agrupaban tras un ministro de Franco,
la izquierda socialista funcionó auspiciada por los socialistas alemanes
según su modelo, mientras los comunistas, encabezados por Santiago
Carrillo, operaban como eurogarantía de izquierdas ante la oligarquía
local, vieja y nueva, favoreciendo de hecho al partido suavemente
izquierdista de la clase media: el nunca bastante criticado PSOE.
Durante la égida de esta formación el país se modernizó en la
superficie, integrándose a la OTAN y la UE. La regresión política
comenzó al mismo tiempo gracias al señor Felipe González y su enorme
fardo de corrupción, relevado por el derechista Aznar. Desde entonces, y
a pesar de que los socialistas retomaron el poder durante dos
legislaturas, los males endémicos de la economía y la sociedad española
continuaron precipitándose, hasta llegar a este gobierno atroz de la
derecha, con la monarquía en estado de putrefacción y el espacio público
devastado por medidas que la mayoría de ciudadanos padecemos. A las
mismas se agrega un avance del revisionismo histórico, ponderando el
franquismo como salvador del comunismo, fracasado históricamente a todas
luces.
La corrupción política es la de siempre, aunque en el
presente y por efecto de la crisis económica brutal, emerge impetuosa
desde las alcantarillas, mientras la desazón invade el espectro social.
Tenebrosas décadas de silencio y murmullos sucedieron a la derrota de un
pueblo.
Recién ahora, frente a las crueles reformas y recortes
antisociales, y un paro elevadísimo, claman las voces. No son
suficientes para acabar con tanta infamia aunque presagien un nuevo
amanecer, superior al de aquel que hacia el fin de los años ´70 pintó
diferente del que fue, llevándonos poco a poco a la noche y la niebla de
hoy.
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