La
realidad de un país donde avanzan la malnutrición infantil, el paro, los
desahucios y la precariedad laboral, con salarios a la baja,
estimulados por el Gobierno mafioso y sus leyes salvajes, es la
presente. No hubo, hay ni habrá, medida alguna que acredite un cambio en
la estrategia demoledora del viejo Estado social.
A Bruselas, Berlín y el FMI no les importan las exiguas
credenciales democráticas de nuestros déspotas domésticos. Tampoco su
manifiesta torpeza e incompetencia meramente profesional. Les basta su
mayoría absoluta validando recortes y vejaciones incesantes en nombre de
una fiscalidad que consideran apta, y hasta modélica.
Según todos ellos
"España es el país que más se ajustó a las reformas propuestas en lo
que va de la crisis".
Si ahora Legarde y Rehn reclaman una rabaja
salarial del 10% y recortes en las pensiones, Rajoy y sus secuaces van a
obedecerle. De poco vale que nieguen hacerlo de la boca para afuera. Ya
encontrarán las fórmulas para ir cumpliendo las ordenanzas por la vía
de impuestos y cargas.
En la materia se prueban diestros, efectivos
y letales; aunque las formas solapadas y los eufemismos que las
deslizan como serpientes venenosas, sembrando la confusión y el miedo,
puedan disfrazar la continua barbarie.
En sí mismo, este Gobierno
del timo y la estafa, sostenidas por una virtual dictadura
parlamentaria, comporta una operativa boa constrictor, que nos asfixia y
tritura desde cada jornada del ordeno y mando, a cuenta de terceros,
locales y foráneos.
Creo que a esta altura de la tragedia, lo realmente indecente es continuar soportándolos. A ellos y sus tibios cómplices.
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