Durante mis viajes a Buenos Aires escuché con atención los equilibrados comentarios de Nelson Castro sobre la actualidad nacional. También le disfruté en la TV.
Este médico neurólogo y periodista de cátedra fue implacable enemigo del menemismo y los posteriores desmanes de la administración De La Rúa.
A diferencia de los falsos liberales que acreditamos en España, Nelson es una pieza auténtica y casi única en la Argentina actual. La altura de los apuntes en este ejemplar culto e ilustrado, contrasta con la chabacanería facilona de los ujieres oficiales; mayoritarios en casi todos los medios, a excepción de los diarios La Nación y Critica, o las azuzadas ediciones de la editorial Perfil.
Por ello, su valor periodístico excede la mera crónica, erigiéndose por derecho propio en un docente de la democracia avanzada; la que hoy (ayer y anteayer) falta en su país.
Desde los albores y tránsitos del populismo kirchneriano, señaló uno a uno sus males, junto a la soberbia autoritaria que los mismos conllevan. Por eso horas atrás fue cesado en Radio Del Plata, propiedad hoy de esbirros afines al poder.
El matrimonio gobernante reitera con pelos y señales la tradición peronista de merendarse los medios de prensa, radio y TV. Si en los dos primeros gobiernos de Perón, Evita, Carlos Aloé y Raúl Apold eran los encargados de ejecutar (nunca mejor dicho) el procedimiento, ahora se encargan de ello la vasta legión de íntimos del Matrimonio SRL.
En vista de la desvetebración política de sus opositores, la miseria de un tercio de los ciudadanos (condenados a malvivir o robar) y la corrupción reinante en las esferas de la vida pública, las listas negras del ayer no son necesarias.
Basta que alguien con calidad moral y autoridad pública -como la ganada por el señor Castro durante 35 años de honestidad profesional- señale la hondura de las carencias sociales y políticas de la joven democracia criolla, para que los kirchneristas de este peronismo logrero y carente de compromiso social, lo echen de la radio.
No creo empero, que el señor Castro se rinda.
En una forma u otra su pluma, voz e imagen llegarán hasta sus compatriotas, señalándoles desde su autoridad moral y celo periodístico aquello que agranda el Estado de derecho, empequeñeciendo a aquellos que una y otra vez, intentan desnaturalizarlo en su turbio afán de perpetuación.
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