Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 11 de febrero de 2009

LAS REGLAS DEL JUEGO

La imagen pertenece a una secuencia vinculada a la implacable caza de liebres y aves, en la espléndida Régle du Jeu (La regla del juego/1939)
impresa por Jean Renoir.
Los medios de prensa españoles se hicieron hoy eco de una noticia que publicó la revista Época y amplió el diario El Mundo.
Al igual que los predadores burgueses y sus sirvientes, que Renoir expone en esta comedia dramática, quemada por los nazis tras ocupar Francia, se reunieron setenta años después en otra partida de caza (ésta vernácula y de ciervos), el Juez Garzón, el señor González Bermejo y una atractiva fiscal del Estado, prestos a desnudar tramas corruptas en el Partido Popular.
La formación opositora ha puesto -y con razón-, el grito en el cielo. La caza desbordaba la masacre de cérvidos, abordando otra de carácter político, contraviniendo en términos flagrantes la división de poderes.
El contubernio entre funcionarios con diferentes cometidos en cualquier causa, comporta una muestra más de la descomposición política que acusa el partido en el poder.
En la obra maestra de Jean Renoir,
casualmente visionada con afán documental la semana pasada, se enjuiciaba la corrupción generalizada de la sociedad francesa al borde de la Segunda Guerra Mundial. La citada partida de caza quebraba apenas el tono de comedia manifestando una violencia que correspondía al ciego egoísmo de la alta burguesía y sus servidores; bien reflejada en las relaciones entre gentes entregadas al timo y la traición.
Las conjuras amorosas y otros sucios mernesteres, culminaban con un asesinato que todos camuflaban de accidente por propia conveniencia.
Esta abolición generalizada de la moral social tan bien expuesta por el gran director, sus guionistas e intérpretes, fue la que acabó rindiendo el suelo galo a las tropas de Hitler.
La crisis económica que padecemos especialmente, que tanto deteriora nuestro corpus por la vía del paro rampante, la postración industrial y una gran incertidumbre sobre el porvenir, equivale a la devastación de otra guerra, en la que por ahora no median balas.
El sendero inicial del deterioro es otro; aunque a la postre no menos letal.
Ante el magma, la desazón y el desgobierno nos invaden sin que las formaciones políticas unan fuerzas en un imprescindible gobierno de concentración nacional.
Y no es que yo pretenda negar que los partidos estén exentos de ejemplares corruptos que procuran enriquecerse con frenesí. Lejos de constituir un patrimonio exclusivo de cualquier conglomerado o institución (en la esfera pública o privada), la corrupción, personal, mafiosa o corporativa, integra la médula ósea de esta brutal crisis universal.
Por ello, aunque hoy le toque a un PP en crisis de reconversión el ser observado con lupa, no habrá que descuidar la clara evidencia que proyecta esta impresentable partida de caza, en la que un juez, una fiscal y el ministro de Justicia se van de parranda - y tiro fijo durante el fin de semana- a un pazo de Jaén, para eliminar algo más que mansos cérvidos (que de paso no van a comerse, pues para eso están los restaurantes de lujo, que luego de gatillar escopetas y acumular cadáveres astados, frecuentaron tan orondos).
Enfocada por Renoir, de este vodevil de funcionarios entregados a perseguir venados y funcionarios venales podría brotar otra obra maestra.
En la de hace siete décadas, los aristócratas que encarnaban Marcel Dalío y Nora Gregor -propietarios de una villa esplendorosa- eran los anfitriones de otros, igualmente desangelados por el egoísmo, y una crueldad extendida a sus criados. En la que aún nadie ha escrito y rodó entre nosotros, el funcionariado de la cumbre y sus propios servidores han dado la nota, teñida de sangre como en todas las partidas de caza; con algún factor agregado -por cierto, el más reptante y avieso- que condenamos...

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