La patrulla salvaje de (Sam) Peckinpah era un pelotón de violentos y desencantados mercenarios con último gesto romántico que de sopetón los humanizaba, hasta volverlos entrañables en el recuerdo. En cambio, las patruglie que autoriza Berlusconi en caza y captura de violadores -quebrando el monopolio represivo y de vigilancia que el Estado de derecho acredita al estamento policial en salvaguarda de la seguridad colectiva- tiene una finalidad secreta que excede la persecución de los tan frecuentes predadores sexuales que se invocan en la Italia del presente.
No hay romanticismo alguno en esta caza y captura, fuera de la ley y la razón, tan cercana al fascismo.
La delincuencia política del Primer ministtro peninsular -conocido crápula y señor feudal de los medios- no conoce fronteras.
¿Quienes serán, inquiero, los verdaderos objetos del celo activado por estos ex policías, voluntarios a los que el Cavaliere da una repugnante carta bianca, que condena desde la izquierda hasta el Vaticano?
A no dudarlo, los sucios y libidinosos inmigrantes. O los parados, presentes y futuros según ordena la crisis global del sistema...
¡Bingo!
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