En Brasil los dos proyectos de país en disputa no surgen de sus entrañas. El más fuerte hasta hoy, brota del deseo imperioso de mayor justicia social. El peor pertenece a grandes familias oligárquicas asociadas al imperialismo y las finanzas globales. Ellas controlan los medios de comunicación, desde donde bombardean sin cesar el instinto conservador y el odio de clase de amplias franjas intermediarias de la clase media. Es un conservadurismo importado por la manipulación a espuertas del papel impreso y la televisión. La consigna de los Marinho (O Globo), Cívita (Grupo Abril) y Silvio Santos, o el pool "Follha de Sao Paulo", es echar a cualquier costo al PT del poder, para disponer libremente de la renta nacional a través de un Banco Central dependiente de esos intereses. La colaboración con Washington laminando el Mercosur, para articular con México y Colombia un bloque conservador que retorne a los viejos tiempos de predominio oligárquico en el subcontinente, es el otro objetivo que se persigue, imprescindible en términos políticos y económicos, aventando la amenaza de los brics, consolidada recientemente por Dilma, junto a la estrecha asociación con las próximas aventuras geopolíticas de los EEUU e Israel en Oriente Medio. Todo un trastocado mapa de ruta soñado por los neoliberales brasileños de Fernando Henrique Cardoso y el muñeco Neves; una marioneta que, de gobernar, cumplirá con los intereses de su familia y los socios de siempre; cuentas que acabarán pagando el pueblo brasileño y sus franjas más humildes. Detrás del telón, se apuntala y orquesta la rapiña, siempre escenificada por un discurso patriótico y vacía de justicia social.
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