Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 1 de mayo de 2009

SONRISAS Y LÁGRIMAS

Al Presidente español se le da bien sonreír; incluso en malas épocas. Hoy por hoy, pocos de sus compatriotas podemos sonreír tan bien.

Su sonrisa supera a la de todos los presidentes de la democracia. En la Europa de hoy se perfila como el estadista más fiel a la socialdemocracia de claras raíces antifascistas. En cierto modo, recuerda a algunos mandatarios europeos de la inmediata posguerra. No es responsable de la crisis que nos agobia, aunque quizá tampoco haya sabido atajar alguno de sus peores aspectos. Más de cuatro millones de parados así lo atestiguan.
En esto, tampoco ningún otro líder europeo le aventaja, si bien mintió -o bien se engañó a sí mismo- ante los primeros síntomas de debacle universal y nuestra propia deriva.

La gestión de sus ministros (me refiero a los del presente periodo) no fue brillante. El repliegue actual de su flamante gabinete partidario es una respuesta lógica ante el desconcierto, sin que amanezca la perspectiva de nuevos rumbos. Sus actuales providencias estimulando la inversión pública y la extensión de subvenciones a los parados son correctas en principio, sin que resuelvan el dramático problema estructural que padece la economía española.

Empero, el hundimiento del flojo crecimiento, basado en el ladrillo y el turismo, es un hecho irreversible. A España le falta mano de obra cualificada. También industrias de punta nutridas de técnicos brillantes.
Somos una potencia dependiente de creatividades ajenas.

Las fallas culturales del mapa peninsular se han acentuado en la última década, agravando un cuadro de miseria intelectual y baja formación que viene de lejos.

El actual Presidente corporiza, sin embargo, lo mejor del espíritu español; también su picaresca. Quizá sea el personaje más cercano en talante e imagen a Adolfo Suárez. Pero las mañas son propias del PSOE.

Habiendo retornado al país en el ´82, conocí a fondo las presidencias de González y Aznar. A pesar del enorme respaldo popular del que gozó algunos años, nunca me impresionó el primero. Siempre pensé que era un abogadillo presuntuoso de gran carisma personal, aquejado de una monumental vanidad cesarista.
Sus vaivenes ideológicos con la OTAN y la CEE fueron coherentes con la administración populista de su astucia sevillana, financiada en principio por los socialdemócratas germanos y luego por el voto ciudadano durante trece años. Regular gestor, impulsó la universalización de la Seguridad social y la plena integración a Europa; dónde aún es respetado pese a la enorme corrupción habida en sus últimos mandatos, y la atroz maquinación de terror estatal estatal evidenciada por los GAL.

José María Aznar me impresionó favorablemente como contracara del precedente divo. Su primer periodo al frente de un Gobierno obligado a pactar con otras formaciones, respetó estrictamente una posición centrista; que se fue al garete en el siguiente, en buena medida por la mayoría absoluta fundida a su creciente terquedad y endiosamiento.
En previa instancia había convertido al Partido Popular en una formación de grandes figuras y técnicos competentes, trasladando el esquema a su gestión.

ZP es ante todo -y mientras no se demuestre lo contrario- un hombre honesto y sencillo, surgido del voto partidario y el relevo generacional. Carece de veleidades cesaristas, y no es terco ni obcecado como quien le precedió en el cargo. Su confianza en el género femenino parece evidente, tanto en el plano familiar como en la esfera pública.

Quizá otros hábitos zorreriles compitan con su franqueza, doblegándola en ocasiones varias. Aquel micrófono abierto que desnudó su charla privada con Gabilondo desveló su estrategia manipuladora. En el concepto, "Crear crispación" preelectoral equivale a promover lo contrario en épocas críticas.
La negociación del Estatut con Artur Mas en Catalunya y el posterior corte de manga en favor de Montilla y el Tripartit comportó una variante de esas habilidades. Otra más frecuente, es el deseo de conformar a todos sin cumplimentar con hechos las promesas.
Da la impresión de que sus ideas fluctúan según lo que acontezca en el extrarradio, al punto de des decirse sin aclararlo luego.

En particular, celebro su respaldo a la Ley de Memoria Histórica, el cierto refuerzo de las pensiones, la actitud abierta frente al aborto, el intento de desarmar a ETA por las buenas, y algunos aspectos de su política exterior. En cambio, la politización y el cierto chabolismo del Poder judicial continúan sin variantes desde la era González, junto a problemas autonómicos que siguen sin resolverse, a pesar de haber aceptado formalmente el Presidente, que España "es una nación de naciones".

La afirmación -luego desmentida- de Nicolás Sarkozy sobre la pobre inteligencia de ZP no parece ajustarse a la verdad. A diferencia del galo, afecto a la estridencia mediática, nuestro Presidente es feliz marido de una mujer que le acompaña desde la discreción, a más de buen padre de familia.
Formando el buen criterio parte esencial de la inteligencia, creo que la intimidad de Sarkozy no está a la altura. Además, buena parte de sus compatriotas han rechazado sus reformas, factor que, al menos hasta hoy no padeció don José Luís.

Tendrá, eso sí, que espabilar y rápido. Hasta ayer, su gestión se vio favorecida por un crecimiento anual que superaba el de cualquier país desarrollado. Hoy la tortilla se ha dado vuelta. Avanzamos hacia los cinco millones de parados y un crecimiento negativo, a corto plazo insostenible.
El endeudamiento estatal es un mero paliativo que en sí mismo sólo retrasa el duro momento de la verdad. El partido de Gobierno y su Presidente se deterioran lentamente en la estimación pública gracias a los conflictos internos del PP, agravados por los últimos escándalos de corrupción.
Pero la amenaza de recesión continúa horadando el cuerpo social; amenazado por plagas que superan la pandemia universal de peste porcina. La ruina devasta importantes franjas de la clase media; básica en la estabilización de cualquier país moderno.
A los inamovibles diez millones de ciudadanos que vivían en el nivel de la pobreza se agregan los que pierden sus trabajos, a un ritmo de 9.000 parados diarios desde hace seis meses, mientras los embargos de viviendas y desalojos judiciales se aceleran a gran velocidad.
Frente al dramático panorama no bastan las subvenciones, el gasto público ni las sonrisas.
La de ZP convence aún, pero por sí sola no vencerá. Ante semejante albur de tan malos pronósticos para nuestro futuro inmediato, se imponen profundas reformas en la estructura económica del empleo y las prestaciones sociales.
Sólo un gran acuerdo de las fuerzas productivas, mediante sus formaciones políticas y sociales garantizará el nuevo rumbo...
Más parecido al sudor y las lágrimas de Winston Churchill (exceptuada la sangre), que al buen talante de José Luís Rodríguez Zapatero, o las promesas del también honesto y digno Mariano Rajoy.



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