Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

jueves, 14 de mayo de 2009

LA NOCHE QUE NOS MATARON LA SONRISA.

El inolvidable Lino Palacio (1903-1984), un gran artista argentino que cambió el humor de generaciones.

De origen humilde, este hijo del barrio de San Telmo empezó a dibujar desde muy pequeño hasta alcanzar cumbres artísticas poco frecuentes.
Lino frecuentó con prisa y sin pausa todas las disciplinas del arte gráfico, incluyendo la Arquitectura. Su genio creativo brindó a sus compatriotas y el mundo formidables arquetipos gráficos dotados de carácter y personalidad.
Quizá "Don Fulgencio"( inspirado en un vendedor de biblias) y "Avivato" fuesen las dos tiras de historietas más populares en los grandes cotidianos.
Uno era "el hombre que no tuvo infancia", el otro un vivillo porteño, prototipo del "piola" urbano.
Hubo más ejemplos extraídos de la vida cotidiana. "Ramona", la sirvienta gallega de procederes lógicos a su práctica condición, "Cicuta", el prototipo de sujeto envenenado que envenena al prójimo en cada proceder, la temible "Doña tremebunda, el patoso "Radrágaz", el suertudo "Tarrino" o el equilibrado "Don Sensato", llenaron espacios que correspondían al inconsciente colectivo. Lino los concibió viviendo y observando el universo que le rodeaba.
Su éxito fue clamoroso y único. Sólo el playboy/dibujante Guillermo Divito llegó a pisarle los talones en este campo, aunque la formación cultural del maestro era mucho más sólida y polifacética.

Su estreno en el papel impreso -contando apenas nueve años- databa de un ejemplar de "Caras y Caretas", fechado en 1912. Aparte de refinar su técnica a velocidades asombrosas, el joven Palacio ocupó cátedras de diseño en colegios nacionales, sin título oficial alguno hasta que, requeridos oficialmente, los obtuvo -nunca mejor dicho- de un plumazo.

En las siguientes décadas no tardaron en absorber buena parte de su tiempo los diarios y revistas de más prestigio, y las mejores agencias publicitarias. La caricatura política de alto vuelo reflejando las alternativas de la Segunda Guerra Mundial, le sumaron un nuevo triunfo.

"Flax" las firmaba, traduciendo a voces germanas e inglesas el "Lino" de pila.Él mismo las compiló y editó luego en tres tomos.

Yo le conocí desde las inolvidables cubiertas de "Billiken", sin duda las mejores de su historia. A estas alturas, Lino Palacio era una leyenda nacional conocida en toda América, de norte a sur, y en Europa Occidental.

Gran aficionado al deporte (sobre todo al Rugby en su juventud), el arquitecto diplomado construyó dos grandes residencias, se caso temprano con su amor de toda la vida y con ella concibió dos nuevos dibujantes, Jorge (alias Faruk) y Cecilia ( a quien cedió con el tiempo la tira de "Ramona"). Además, fue editor de una importante revista de humor ("Don Fulgencio"), amanecida justamente en los quioscos el emblemático 17 de octubre de 1945).

En realidad Lino tanteó la política nacional de refilón. Pero el talante liberal y los comentarios al pié de las viñetas le desbordaba en todos los trazos. A finales de los años 30 creó su propia agencia publicitaria, una de las más prestigiosas hasta su quiebra de 1967. Sencillamente la había quebrado a propósito, al restarle tiempo para dibujar y ensayar nuevas disciplinas en el área.

Jovial, de aspecto asombrosamente juvenil y dinámico en todas sus edades, a los 82 años aún planeaba nuevas actividades. La más inmediata: una conferencia sobre el pañuelo y el diseño.

Empero, el reloj de su tiempo vació de golpe y porrazo la arena, en la madrugada de un trágico 14 de septiembre de 1984, cuando tres monstruos, generados por la miseria, la exclusión y las drogas irrumpieron en el domicilio céntrico de los Palacio.

Franquearon la puerta de entrada gracias a una copia de la llave del piso, cedida meses antes por un nieto del matrimonio a su pareja, la yonki Claudia Sobrero, de 21 años.
En la ocasión, habían desaparecido de la caja fuerte empotrada en la pared, 10.000 dólares, sin que la policía pescase a los chorizos. En realidad, eran de la familia. En la nueva ocasión, volvía
a la carga la Sobrero. Ahora, auxiliada por un nuevo amante y otro cómplice.

El propósito inicial fue aprovechar las presuntas vacaciones en Mar del Plata, de Palacio y su mujer, doña Cecilia Pardo Tavera. Sin embargo, el plan, previamente trazado por el propio nieto (Jorge Palacio Zorrilla de San Martín,ahora ausente) degeneró en una masacre, al no vacacionar como preveian, los dueños de casa.

Drogados hasta la médula, los tres ladrones se abalanzaron sobre el matrimonio de ancianos, golpeándoles con saña. Una plancha en ristre sirvió para reforzar la brutal embestida. Fue la Sobrero, empuñando un cuchillo, quien remató la labor, asestando dieciséis puñaladas a Cecilia y 27 a Lino.
Aparte del robo, el odio social gobernó estas sangrientas acciones, tan frecuentes en la Argentina de hoy.

Imaginar la violencia infinita y el horror multiplicado por el expreso deseo de matar y su consecución sobre víctimas que no pueden defenderse, equivale a sumergirse en el dolor.

A la hora de evocar la tragedia prefiero borrar del escenario a los matarifes del criollo extraordinario y la madre de sus hijos.

Por ello, en la quietud del silencio y ante los cuerpos yacientes, entreveo siluetas inocentes deslizándose entre las paredes de la finca, que no tardan en corporizarse.
Les conozco bien. Durante años fueron el pan nuestro de cada día en las revistas y los periódicos.

Ante mis ojos tristes , cómo trazados por las plumas y pinceles de Lino asoman las vivas imágenes de "Don Fulgencio", "Avivato", "Ramona", "Tarrino", "Doña Tremebunda", "Radrágaz", "Don Sensato", y hasta el mismísimo "Cicuta".

Observarles serios y graves en torno a las víctimas, desnuda la congoja que los embarga. No son por cierto, sentimientos de papel los que destilan estos caricatos. El padre de todos y cada uno les fue arrebatado por la parca en la forma más demencial y horrenda que pueda imaginarse.

Mientras sus asesinos comían pizza y jugaban al "pool", las criaturas de quien había dibujado la franca sonrisa en tantas generaciones de argentinos, guardaban, junto a este humilde observador imaginario, un eterno minuto de silencio.

Ellos seguirian viviendo en el papel de las reimpresiones y las hemerotecas. O en el recuerdo de los que aún estamos aquí.

Es lo que me autoriza a concebirles arropados en el solemne claroscuro de las sombras y el silencio.

Para este responso no hay globos de parlamento. El auténtico dolor no los precisa...

Años de tiranías, odios feroces, muertes, horrores y exclusión, habían precipitado el dramático final de un magno representante de la cultura nacional, y por lo tanto, universal; demócrata y ocurrente, según los que le conocieron.

Un espíritu infatigable de gran aliento creativo.

Creo que la madrugada en que Lino y su compañera fueron masacrados en el quinto piso "A" de la capitalina Avenida Callao, al 2094, una espesa y negra franja de luto cruzó el país, desde la Puna de Atacama hasta Tierra del Fuego.

En la década del ´50 yo era uno de los tantos chicos que con tanta ternura y contundencia en el trazo proyectaba Don Lino sobre las portadas del "Billiken".

El corazón del genio nos interpretaba en todo, fueran travesuras u ocurrencias, juegos o piruetas las que protagonizáramos. Era el amable testigo artístico de nuestra vida cotidiana.

A punto de cumplirse el cuarto de siglo que media entre esta tragedia y el día de hoy, nadie lo ha superado ni podrá reemplazarlo.












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