En el mundo los hambrientos suman 800 millones. Para ellos, que apenas consumen y tan a menudo mueren de inanición, no escribimos. Los novelistas y hacedores de artículos en periódicos y blogs construimos fantasías o cronicamos basándonos en gente satisfecha. No siempre es así, aunque sí demasiado a menudo. Dickens, Chaplin, Lope de Vega, Gorki o De Sica permanecen a merced de ácaros o gusanos del papel, en estantes poco frecuentados.
La última moda es festejar a Shakespeare. Sin duda lo merece este maestro del alma y las pasiones humanas; para mí el mejor en su disciplina.
En cambio, otros gigantes del sentimiento humano, supremos en la maña de proyectar ternura, esfuerzo y solidaridad, permanecen en un segundo plano. Convengamos en que se cita apenas a los poetas de la miseria y la rebelión.
Esta sociedad de clase media satisfecha produce artistas a su medida.
Son los que pulen y aceitan la invisible muralla de hierro que se alza entre nosotros y los ochocientos millones restantes...
El sábado sintonizo La Noria por Telecinco. Jordi González se ocupa de Jiménez Losantos y el pleito que, emprendido por Alberto Ruíz Gallardón le sentó en el banquillo de los juzgados, empleando los dos clásicos bloques opuestos. En la lid vencen los que detestan al sádico inquisidor de la Cadena Cope.
No es una hazaña, por cierto. Pero lo que me llama una vez más la atención es la irrisoria Isabel Durán. Su maniquea defensa de Losantos y el señor Ramírez comporta una suerte de recitado elemental de toque perverso.
Viene a ser un calco deslucido de Isabel San Sebastián.
Esta otra dama sí es temible. Tanto como María Antonia Iglesias, la irreductible socialista.
Vamos Jordi. Si buscas que los contrarios entren al trapo, sienta en el extremo derecho de tu medialuna de madera a pesos pesados.
Juntar a warriors como María Antonia, Ekáizer y Enric (Sopena) tiene sentido, en tanto se les crucen espadones bien esgrimidos.
Los que el sábado noche flanqueaban a la pobre señora Durán empuñaban unos de material plástico...
El mayor mérito de la edición consitió no obstante en el rescate mediático de otro campeón olvidado.
A José María García y Mario Conde, se agregó Julián Lago, cuyo mayor mérito no fue ciertamente La Máquina de la Verdad, sino su vasta trayectoria periodística, brillante y controvertida.
Al igual que García y Conde, protagonistas de una época, el señor Lago respiraba sinceridad. Salió de varios infartos menos burro que antes; factor observado en los padecimientos de García (cáncer y ostracismo mediático) y Conde (largo encierro tras conocer el cenit económico y social).
Quizá el único fallo que resintió la presencia de los tres veteranos del deporte, las finanzas y el periodismo de opinión (en ese orden), fueron sus contertulios; entre los que resulta especialmente cargante el desajustado Jimmy Jiménez Arnau.
A ver Jordi, si de una buena vez lo reemplazas por José Manuel Parada; el mejor especialista en nostalgias, que hasta hoy pisó plató alguno...
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