Esta biografía atiborrada de información es otro texto de Scott Eyman, conocido en España por el dedicado a John Ford.
Razonable calígrafo, el autor sirve a aquellos que se interesan en el viejo Hollywood. Fuera del tema, el tratamiento sobre el judío polaco Mayer es uno más de los que no pasarán a la historia.
Cuando se aborda a un personaje hay que mostrarlo vivito y coleando. Conseguirlo significa unir pasión documental a un cierto talento literario de corte dramático que desnude al personaje en cuestión.
En esta biografía, Mayer (alias LB) figura en cada una de las 700 páginas largas del mazacote, sin estar en ninguna.
Las sucesivas fases de su vida se funden a un anecdotario carente del menor salero. Eyman sabe contar cuentos aburridos con letra pasable. Su clara tendencia republicana inspeccionando al personaje (la tara aplicada a John Ford era idéntica) de poco sirve para explorarlo a fondo.
El foco sobre los actores de la MGM cojea del mismo pie, a pesar del nutrido anecdotario servido con cierta precisión, y las entrevistas del autor a algunas momias vivientes de la época. También colea su evaluación de Irving Thalberg, rezagado en potencia, según Eyman, al lado de la que sería una gigantesca figura de un magnate del cine -el ejecutivo mejor pagado de los EEUU en los años ´30- convertido en leyenda.
Creo que Thalberg, vástago norteamericano de una pareja de judíos suizo-alemanes, brindó a Hollywood y al sello del León mejores momentos que su jefe.
A diferencia del maduro chatarrero metido en el negocio en los tempranos años ´10, Irving era un gran lector con formación universitaria y le emparejaba en energía, pese a una salud endeble que apenas le permitió cumplir 37 años.
Su calidad intelectual aplicada por completo al star system impulsó, entre otras, las carreras de Wallace Beery, Spencer Tracy, Clark Gable, Jean Harlow, Robert Taylor, Joan Crawford, Norma Shearer, John Gilbert, Greta Garbo, los hermanos Marx y Lon Chaney.
El refulgente estilo Metro, respaldado por grandes secundarios, fue apuntalado por los lienzos de Adrian y los escenarios de Cedric Gibbons, impresos en celuloide por notables artesanos y guiones audaces (algunos francamente trasgresores en los comienzos del sonoro) hasta dónde la moral de Will Hays, Breen y las ligas de la decencia lo autorizaron.
A Mayer se le deben sobre todo los musicales de Arthur Freed, emprendidos cuando ya Thalberg criaba malvas. El viejo estilo de los años de oro se transformó en otro más convencional y hogareño, sin dejar de ser comercial. Mayer era el alter ego del Juez Harvey, el rendido admirador de mujeres como Greer Garson y la Kate Hepburn de las comedias con Spencer Tracy.
El control conservador y carrinclón de LB sobre la compañía se mantuvo hasta los años de posguerra.
Luego se entregó casi de lleno al estrellato y los relinchos de sus otros caballos de carrera.
El acopiador Eyman lo detalla con grandes dosis de monotonía; la misma que impera renglón tras renglón en esta correcta traducción impresa por Debate. Munida eso sí, de una hard cover oscura y su vulgar sobrecubierta; tan poco estimulantes como la propia noción que este común y corriente periodista norteamericano especializado en el cine, concibe de la naturaleza humana...
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