Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 5 de abril de 2008

LA VIDA Y EL ARTE

Entro al trapo comentando la primera en su apartado de actualidad.

Ingrid Betancort agoniza en las selvas colombianas sin conmiseración alguna. Los culpables del probable deceso son, en primer término, los secuestradores. En segundo el Presidente Álvaro Uribe, al valorizar más sus rehenes que los de las FARC.

¿Rehenes? Pues sí, en cierto modo. Los escuadrones de la muerte y las tropas de la contrainsurgencia operan con licencia oficial en Colombia, causando muertos, heridos, y muchas desapariciones, puntualmente denunciadas por las organizaciones de derechos humanos.

Se me dirá que no cabe comparar a Uribe con Marulanda. No, desde luego. Tampoco equivalen 20.000 insurgentes contra 500.000 soldados equipados con modernas armas y apoyo logístico de Washington. Pero en comparación con estos medios materiales, el funcionamiento del Estado de derecho en este país, donde la vida vale tan poco y la miseria generalizada se destaca por encima de su disfrute, resulta especialmente defectuoso. Cabe informar que sobre 8.000.000 de asalariados, en Colombia sólo 300.000 gozan de beneficios sociales y cobertura sindical, laboral, sanitaria, etc.

El Ejército de este Estado represor, apenas maquillado por coloretes democráticos, ocupa el séptimo lugar en el ranking mundial de efectivos y armamento en relación con la población y el PBI, erigiéndose en la segunda fuerza armada del continente americano. El tutelaje del Pentágono y la CIA sobre el mismo data de la supervisión de las misiones norteamericanas que lo adiestran desde la guerra de Corea (donde intervino un batallón colombiano), y el combate posterior contra un narcotráfico que destina el producto de sus actividades criminales a ese enorme mercado.

Enredado en el pandemónium aparecen Hugo Chavez y el ecuatoriano Correa, solidarios con las FARC por razones de un nacionalismo geopolítico hoy boyante el el área.

El gobierno español ha preferido abstenerse de intervenir activamente en los recientes conflictos entre el acotorrado bolivariano y Correa con Uribe, pese a ser el segundo inversor en Colombia, detrás de los EEUU. El criterio de no meneallo se ha impuesto tras la gira europea de Uribe y su promocionada visita a España.

A propósito del terruño y sus protagonistas políticos, destaco la burbuja informativa que rodeó la mediática soledad de ZP en la cumbre otánica.

Las sucesivas menciones de un gripazo, el desconocimiento del inglés, su ánimo por el piso, unos profundos dilemas hamletianos sobre el futuro destino de su gobierno, o todo junto, me parecen desproporcionadas. La enorme tensión de la campaña electoral pasa factura a cualquier peso pesado. Rajoy se recobró del desgaste en unos cuantos días mexicanos. ZP no pudo permitirse el lujo. Ganar las elecciones significa un peaje doble. Y más cuando habrá que gobernar frenando los reflejos españoles de la crisis económica, junto al pandemonio que aportan las previsibles negociaciones con socialismos regionales o formaciones nacionalistas, el combate contra el terror y la inminente ofensiva de la oposición.

Que el señor Bush no haya sido cordial con el revalidado presidente tiene poca importancia. Tampoco son cordiales sus propios compatriotas con él.
Es un tipo acabado.

En cuanto a los restantes aliados de la OTAN, no han mediado roces ni enemistad alguna. Probablemente la Cumbre de marras fuera bastante aburrida o en todo caso frívola desde el punto de vista de las relaciones personales. En cualquier caso, ZP es hoy el único gobernante de izquierdas al frente de una potencia europea.

Parece que Joan Puigcercós se hizo con el aparataje de Esquerra Republicana de Catalunya mediante el 71% de los votos asamblearios. Se confirma entonces que la renuncia de Josep Lluís Carod Rovira era la crónica de una muerte política anunciada. Que le vaya bonito a los nuevos mandamases, si así lo deciden los votantes y una opinión pública a la que todos estos patriotas poco circunspectos defraudaron en los últimos tiempos.


El comentario referido al Arte, surge al visionar otra vez un clásico.

Caté con apenas siete años El tercer hombre (GB 1949), y repetí el manjar unas veinte veces a lo largo de mi vida.

La de hoy fue una más, con el agregado del sabor nuevo impregnándose del viejo. Las grandes obras maestras, broten del papel o la cámara, siempre ofrecen descubrimientos. Lo inconmensurable de este Carol Reed supremo, radica en la sabia proporción de la mezcla entre guión, música, imágenes e interpretación. Creo que su inmortalidad consiste justamente en que ninguno de los apartados está por encima del otro. En la trastienda de caja operaba, cómo no, el legendario emigrante húngaro Alexander Korda, financista de los grandes clásicos británicos de los ´30 y ´40.

La escena de Welles, embutido en su abrigo oscuro y su sombrero de ala ancha sonriendo a Cotten desde las peores sombras de Viena, o la final, con Alida Valli perdiéndose en el horizonte de la carretera ante Cotten (ejecutor final de su ex amigo, un adulterador de terramicina que llena de niños el hospital), reclinado contra un carro destartalado, son dos joyas de la narrativa. El tema de la vieja amistad rota por la corrupción de una de las partes es tan recurrente en la novela negra o de intriga como la de la mujer que traiciona. En este caso se cumple la premisa inicial; aunque tarde en saberse.

Reed y Welles mejoraron considerablemente el libreto original del experto Graham Greene; agente del servicio secreto británico. La precariedad de la posguerra se refleja en todos los ambientes y personajes de la historia; sin que por ello falten toques de irónico humor sobre la literatura y los roles que en ella desempeñaron James joyce y Zane Grey, el esplendor de los Borgia, y el modesto reloj cu cu, puntual conquista en tres siglos de democracia suiza.
No contentos con haber diseñado un guión inteligente, pusieron en el empeño todo el arte de la narrativa en imágenes, respaldados por los restantes actores y el equipo técnico.

La italiana Valli, de modesta trayectoria en el cinematógrafo, está bellísima y sombría como refugiada checa devota de Harry Lime (pese a su descomposición); Josep Cotten (gran amigo de Welles, a quien le debía su ingreso en el cine), compuso el tercer gran rol de su carrera -los otros dos se los debe a Alfred Hitchcock (Sombra de una duda) y William Dieterle (Jennie)- componiendo al escritor de novelas del oeste que busca a su amigo (Welles/Harry Lime) en Viena. En tercer lugar destaca Trevor Howard como oficial aliado operando en una ciudad ruinosa, y gestionada por cuatro ocupantes.
Los restantes actores están en su sitio, crispando la intriga y el misterio de un real traficante de muerte que dieron por enterrado y está peligrosamente vivo.

La cítara de Antón Karas, ejecutante que Reed descubrió por casualidad en un club nocturno vienés, impregna todo el filme con una belleza melódica tributaria de antiguos valses. Los temas del filme, en especial su leit motiv, se vendieron como rosquillas en todo el mundo, haciendo célebre al compositor y notable ejecutante de un inusual instrumento de cuerdas.

Si bien Welles aparece promediando el filme, su labor componiendo al cínico Lime domina -como siempre- el reparto y en este caso el desenlace del drama. En realidad intervino en la cinta gracias a Cotten, rechazando participar en las ganancias a cambio de 100.000 dólares cash. Los precisaba para financiar Otelo, una de sus obras mayores.

De haber aceptado el porcentaje podría haberse financiado varios filmes dando un vuelco histórico a su carrera. Pero así era este gran consumidor de habanos y las corridas de toros, viviendo al día y procurándose los garbanzos al interpretar personajes que, desde la cabeza del cartel o el reparto empequeñecían al resto, para endeudarse luego en proyectos propios; casi todos fallidos en el plano económico.

Quizá a su imponente presencia se deba la turbia y fascinante atmósfera conseguida en El tercer hombre, realización plena de efectos no reiterados en las restantes labores de Carol Reed; un cineasta británico sin duda excepcional al que faltaba el toque de genio que caracterizaba a su principal intérprete en esta obra maestra.
























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