Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 6 de abril de 2008

EL CAMPOSANTO

Los obituarios engordaron a costa del cine en las últimas semanas.

Primero se fue Richard Widmark con 94 años, después Jules Dassin con 96, ahora Charlton Heston cumpliendo diez menos que el primero y doce que el segundo. Los tres fueron longevos y provechosos para el cine y la vida.

De Widmark lo visioné casi todo. Me siguen impresionando sus dos canallas de El beso de la muerte y La noche y la ciudad. La última pertenece justamente al Dassin emigrado a Europa por culpa del macartismo. Se rodó en Londres, donde Darryl Zanuck, capo de la Twentieth Century Fox tenía unos dólares a disponer. El filme me gusta menos que El Beso... pero Widmark está enorme en su formato roedor.

A estos roles le siguen otros algo más heroicos cumplimentados con eficiencia. Fue larga y feliz su carrera. El estrellato de este actor correspondió a una época en la que aún los grandes Estudios no habían perdido sus salas a causa de la ley antimonopolio; aunque estaban a punto de hacerlo, con el agregado amenazante de la caja tonta iniciado su primer raid en los hogares norteamericanos.

La mayor porción de sus películas se rodó en color y cinemascope. Le emplearon grandes directores embastándolo con galanes apuestos, grandes característicos y actrices bellas. Su buen envejecimiento le autorizó constantes papeles. El resultado nunca dejó de ser satisfactorio, pese a que su rango estelar no fuese impresionante. Una buena formación teatral y el saber estar ante la cámara nos permitirán visionarlo de vez en vez,; sobre todo si median Henry Hathaway, Dassin, John Ford o Samuel Fuller.

De Chuck Heston no hay mucho más que decir de lo que ya se dijo.

Era un buen interprete -de la quinta peliculera de Widmark- y su físico, al que agregaba una presencia contundente y agradable, le llevaron al estrellato. Fue un favorito de Cecil B DeMille en películas que impulsaron decisivamente su carrera.

A mí me ha deleitado especialmente en El espectáculo más grande del mundo (DeMille), Ben Hur (de William Wyler) y El planeta de los simios (de Franklin Schaffner). En todas viene a ser algo así como un macho man ilustre. En Sed de mal compone un policía mexicano aceptable. Pero Welles/Quinlan lo opaca y relega al reparto.
¡Y pensar que fue Heston quien le consiguió la regencia del filme en la Universal!
PD. Los genios que no se enroscan en el sistema que eligen, suelen depender de los buenos amigos sin ápice de su talento a la hora de yantar...

Con registro dramático inferior al de Burt Lancaster, su filmografía de héroe americano metido por el negocio del cine en papeles sacros o geniales (como el de Miguel Ángel) sitúan a Charlton en cintas más comerciales y espectaculares, que en cualquier caso suelen disfrutarse. Menos El Cid, que nos pertoca demasiado para que le festejemos el rol, le aplaudimos un poco en todos. Sobre todo por las estrellas que besaba y abrazaba cuando encarnaba aventureros sitiados por la marabunta (Eleanor Parker, dixit) o las guerrillas orientales de Jennifer Jones.

Republicano de pro y defensor del armamento privado (sobre todo el típico rifle) amparado por la legislación de su país, no se metió para nada en el macartismo ni se granjeó enemistad alguna entre sus colegas de oficio, salvando cierta inquina de Barbara Stanwyck (le llamaba Moisés, por su papel en Los diez mandamientos).
Su libro de memorias está bien escrito, revelándonos a un tipo sensato y normal. ¿Qué más se puede pedir a un astro de Hollywood?
Lo único que nos sobra es la medalla al mérito que George Bush colgó en su alzheimer. Lo preferíamos cuando memorioso aún, apoyaba a Martin Luther King.

El Jules Dassin cineasta se nos fue hace tiempo. No rodaba desde 1980, pero su mejor producción es sin duda la del periodo de posguerra.

Yo era un chico de doce o trece años entregado a hacer novillos, cuando en un cine de ésos, perdido en los arrabales de un pueblo suburbano en la provincia de Buenos Aires, me electrizó un programa doble. Proyectaban Entre rejas y La ciudad desnuda, ambas de Dassin y del ´46.

Eran cine negro de pura sangre.

La primera, interpretada por Burt Lancaster encabezando con enorme vigor un dramatico plan de fuga carcelaria; la segunda con el viejecito Barry Fitzgerald componiendo a un sagaz y familiar detective de Nueva York.

Aparte de constituir obras maestras del género, destilaban neorrealismo a la americana. Tiempo después llegué a Rififí; excelente filme de su periodo francés aunque inferior en brío a Entre Rejas y en frescura a La ciudad desnuda. De su romance y casorio con Melina Mercuri salen algunas películas. La más famosa es Nunca en domingo, ambientada en Grecia. Fue la más exitosa y la que menos me gusta, si se exceptúa a la maravillosa Melina, pieza capital en la vida de Dassin y en otras causas, todas antifascistas.

Hijo concebido con su primera esposa, la violinista húngara Beatrice Laurer en los EEUU, Joe Dassin fue célebre por mérito propio en el mundo de la canción. No sólo tenía buena voz. Compuso maravillas como Les Champs Élisées y Guantanamera. Por desgracia murió a los 42 años de un infarto en 1980, durante una vacación thaitiana.

Su padre fue enterrado a los pies de la Acrópolis junto a la tumba de Melina. Ambos recibieron honores y menciones de los últimos gobiernos helenos.

Mientras aguante el cuerpo yo me remitiré a seguir disfrutando con los filmes negros de Jules, las vibrantes interpretaciones de Melina y las inolvidables melodías de Joe.
En uno u otro formato, ellos y los previos difuntos recientes figuran en mis anaqueles. A veces me tiento y les digo ¡hola!, cómodamente arrellanado en el sofá, mientras ellos repiten el número mediático en la pantalla del televisor, disco mediante.
Merced a este sueño hecho realidad por la ciencia y la técnica, estos flamantes moradores del camposanto son como de la familia...










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