Mariano Rajoy habló claro y alto. Y en su mensaje, recio contragolpe destinado a afirmar su autoridad en el Partido Popular, ha sido más bien flamígero.
Los que quieren el partido liberal o conservador que recomiendan la Cope y El Mundo deben irse.
No los menciona expresamente; tampoco a Esperanza Aguirre, pero se trata de la candidata de esos medios; referente confrontado en la violenta campaña que han emprendido contra Mariano Rajoy.
Hace unos meses escribí sobre la probable escisión del PP tras la derrota electoral que ya anunciaban la larga guerra contra los mal llamados nacionalismos periféricos y el arrinconamiento del moderado alcalde de la villa madrileña, Alberto Ruíz Gallardón.
La coexistencia entre el centro derecha de Rajoy, el revalidado Gallardón, Arenas y el Presidente valenciano (entre muchos otros) con la extrema derecha de Aguirre, Zaplana, Acebes y Mayor Oreja, era una precaria circunstancia que tan sólo podía afirmarse derrotando al PSOE. Eso no significaba vencerlo en votos, sino en alianzas. Y el aislamiento al que había reducido la política de confrontación del PP con la mayoría de los votantes vascos, catalanes y gallegos impedía cualquier intento en tal sentido.
Los patrocinadores oficiosos de la señora Aguirre no lo creyeron así e insisten en desarrollar esta estrategia influyendo en el interior de esta formación; la segunda en importancia habida cuenta de sus diez millones de sufragios.
Puede que el señor Rajoy no sea el líder más impetuoso y carismático para enfrentar al Gobierno y su partido en los próximos cuatro años, pero en cualquier caso su actual poder de convocatoria y la clara tendencia inclusiva para con el centro derecha de su partido -presumiblemente mayoritario, hoy por hoy- garantizan la derrota de alguien como la musa liberal en el próximo congreso partidario.
Las chulerías más recientes de la dama, vertidas en clara sintonía con Losantos y el transformista Ramírez, han promovido esta definitiva respuesta, llevándola al borde del precipicio partidario.
Un riesgo que promoverá -de no mediar un retroceso táctico de la audaz lideresa y sus laderos- algunas expulsiones del campo de juego en los predios populares.
La extrema derecha de hoy, digna de un estudio psiquiátrico serio en plural y singular, no ha calibrado su verdadero poder. Tampoco el rechazo de los españoles a los extremos; patente en el vertiginoso ocaso suicida de su icono; José María Aznar.
Muchos de ellos pueden escuchar la Cope o leer El Mundo sin que a la hora de votar respalden plenamente sus contenidos.
O es que, quizá, la paranoia aislacionista conduzca a esta partida por el sendero de la amargura existencial, formando el partido residual que ni la emisora de los obispos y su pequeño monje negro, o el periódico de un ambicioso ególatra que hace rato perdió aquellos papeles que un día le otorgaron credibilidad, podrán convertir en otra cosa que una alternativa de la nada.
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