Los paros del agro, disconforme con las retenciones oficiales a las exportaciones de soja y otros bienes de la tierra y el agua, comportan un frente unido de poderosos terratenientes y sembradores empobrecidos. Unos y otros se rebelan contra la quita que, del 37 % subió por decretazo al 45%. Otro problema agregado radica en la virtual adhesión de varios alcaldes provinciales y gobernadores del partido oficial, quienes, sometidos a la presión de su clientela agraria precipitan la descomposición del mismo.
Las soluciones del populismo se basan en estas podas, por tradición y leyenda, negra para algunos, justiciera para otros. Mediante las mismas Juan Perón financió su política distributiva desde 1946 hasta 1955, año de su derrocamiento. Por entonces los sindicatos obreros eran poderosos y se centralizaban en la CGT (Confederación General del Trabajo) oficialista. La deuda externa no era abrumadora y el nivel de vida de los argentinos determinaba que el plato no faltara en la mesa, con servicios sociales ampliamente garantizados.
Las quitas, por cierto draconianas, eran efectuadas por el IAPI, organismo centralizador del comercio exterior, afectando a los ganaderos y sembradores de la Sociedad Rural. Perón compraba por diez y vendía por treinta, embolsándose la diferencia. Los beneficios se repartían entre los grandes burgueses, los burócratas del peronismo y las masas populares, desalentando claramente la producción agropecuaria, vital en la economía del país, más allá de las fantasías industrializadoras del Líder.
Hoy los Kirchner, aprendices del brujo sin su circunstancia histórica, su talento operativo y el enorme carisma que desbordaban él y Evita, lo tienen peor. La deuda externa actual alcanza los 150.000 millones de dólares, debiéndose abonar servicios anuales a los acreedores por valor del 10%.
En los últimos años el país ha crecido a altas tasas merced al alza internacional del precio de la soja como valor alimenticio, destinado mayoritariamente al gigante chino.
El gobierno conserva el peso artificialmente devaluado; luego cobra soja en dólares y paga en pesos, emitiéndolos a destajo. A más de devorar el valor de los salarios, la consecuencia reporta una inflación anual del 25%, que oficialmente se rebaja al 10%. La obsesión se centra en acumular divisas que baten records históricos, mientras el modelo de crecimiento impuesto en la etapa de Menem y refrendado, luego de la virtual expropiación que significó el corralito para los ahorristas en dólares, por una pesificación de la economía que afectó a vastas franjas de la clase media.
En la Argentina actual los sueldos no rebasan los 1.500 pesos (vienen a ser unos 250 euros) mientras el azote de la pobreza continúa flagelando a un tercio de la población.
El papel de los sindicatos actuales -raleados por la poda industrial del pasado menemista- es accesorio y dependiente del peronismo oficial, hoy en manos gubernamentales.
Mientras los Kirchner festejan a las Madres de Mayo y encarcelan a algunos genocidas del pasado, vistiéndose con colores antiimperialistas de tanto en tanto, la crisis avanza. De hecho, este frente unido entre oligarcas y pequeños y medianos cultivadores es lo peor que les podía pasar. A ello se une el desabastecimiento, unido al paro de los transportistas, mientras los acopiadores de grano y fletadores son los más beneficiados en perspectiva, al no ser afectados por quita alguna en los precios.
La presidenta dinástica ha salido al desteñido balconcito rosado de la Plaza de Mayo, clamando con malevo énfasis, la urgencia de argentinidad, frente a los saboteadores del paraíso kirchnerista. La corte de piqueteros oficiales, las madres de Mayo y los siniestros burócratas de los sindicatos (ya no metalúrgicos ni textiles, sino transportistas) la han vivado como en los mejores tiempos del peronismo.
Es un decir; pues lo que antes tuvo dimensión de fasto es hoy la raleada comedieta de unos pocos miles, organizada por un matrimonio que maneja 18 empresas, y los beneficiarios de sus prebendas y sobornos. En ese marco, los afanes distributivos del gobierno en procura de equilibrar los factores de producción son relativos y cuestionables. También su escaso talante democrático para con quienes le critican desde los medios.
Cierto es que el país creció desde el mandato de la pareja hasta hoy, aunque en medio de desigualdades endémicas y una enorme corrupción en las esferas oficiales. El desprestigio político de esta democracia averiada es patente en todos los órdenes. También el escepticismo de los ciudadanos. Por suerte, ya no hay Ejército que aseste el golpe definitivo al precario estado de derecho. Empero, la crisis económica avanza inexorable. Las retenciones no afectan en igual medida a los grandes (ochocientas familias dueñas de las mayores extensiones cultivables) y los pequeños o medianos (organizados en la Federación Agraria Argentina).
Ahora resulta que los pleiteantes han dado el plazo de un mes al Gobierno. Finalizado el término y de no mediar una solución al tira y afloja, volverán los paros y cortes de ruta desabastecedores.
En épocas de Perón era imposible un desafío social semejante. En parte porque su Ejército y la policía lo respaldaban. Pero éste es otro país, y pese a que el legado populista subsiste a efectos de gobernabilidad más o menos concertada (aunque del mismo queden jirones), su extinción despunta en el horizonte sin que asomen alternativas de sustitución demasiado felices para la democracia y el previo equilibrio social que la dinamiza.
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