Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 26 de agosto de 2015

UN TEXTO MEMORABLE



Rara vez un libro escrito en estos tiempos nos llena de emoción. Menos aún será para otros, si refleja una especialidad, adecuada para lectores interesados en el tema concreto. Para el caso, la Música Sinfónica. 
Sin embargo, Ceclia Scalisi, avezada musicóloga de larga trayectoria, pese a su lozana juventud, y viajera impenitente por los centros musicales europeos, nos revela que puede conseguir la hazaña de emocionarnos, seamos melómanos o no, en insólita clave de sinfonía escrita, enhebrando con especial sutileza el prodigioso tejido infantil de gigantes musicales, vivos en el registro y la actualidad durante el último medio siglo. 
Martha Argerich, Bruno Leonardo Gelber y Daniel Barenboim son ellos. Vieron la luz en una de las márgenes del Río de la Plata y consiguieron proyectar, a base de pasión, carácter y aprendizaje constante, otro de gran impronta artística en el mundo contemporáneo, ejecutando al piano partituras de maestros eternos. “La Edad de las Promesas” de estos tres eminentes argentinos, es una feliz estructura narrativa de alto vuelo, llena de imágenes de estas primeras luces y sus notas promisorias desde el teclado. Martha y Bruno recibiendo imperativas lecciones del calabrés acriollado Vicente Scaramuzza un gran pedagogo, hombre autoritario y exigente empeñado en desarrollar genios, a partir del hallazgo de virtuosos unicornios. Daniel las recibe del padre, su primer maestro de entre los varios que alumbraron su aprendizaje. A los tres, les apoyaron desde el núcleo familiar, en especial las madres, en los dos primeros casos de Martha y Bruno Leonardo. 
Pero sin la materia prima y una época propicia, de viento a favor indispensable para el vuelo del genio, y sus alcances en cada caso, nada hubiera sido posible. Los años que Cecilia retrata de sus amigos del alma con gran conocimiento personal y poder evocador, junto a anécdotas geniales y frases coloridas, de ellos y otros actores de su narración, fueron los de una Argentina poderosa, rica en núcleos culturales y artísticos creativos, desde la burguesía y su clase media, superiores artísticamente a sujeciones políticas que, en cambio, los fueron rezagando junto al país, otrora próspero.
El contraste no tardó en frenar aquella creatividad, que llegué a conocer siendo niño de pocos años, desde 1948, hasta la mitad de los sesenta. Allí residí casi veinte primaveras más. Por desgracia, en instantes previos a mi retorno español, la muerte reinaba en las esquinas. Pese a la enorme tragedia, los tres genios y amigos de Cecilia eran triunfadores universales por mérito propio, al igual que Borges, Cortázar o Martínez Estrada, a los que la decadencia no alcanzaba. Habían partido mucho antes del desastre nacional y su loca suma de intolerancias, nutriéndose de incesantes enseñanzas y triunfos en lo suyo, a la vez que prestigiaban al país de origen, sin residir en él más que ocasionalmente. En parte, este segmento posterior de estos tempranos fragmentos de vida, es el libro que la autora nos adeuda y sueña con escribir algún día, según nos confiesa al borde del silencio del texto inolvidable. Sin embargo, en éste hay anticipos de lo que vendrá, merced a su habilidad narrativa concibiendo la entraña del arte escrito y sus prodigios. A lo largo de estas páginas, amanecen, junto a estos protagonistas centrales, muchos otros que ocasionalmente visitaron el país, o transitoriamente residieron en él. Son una multitud de personajes variopintos, todos meritorios y célebres de ambos sexos, que se cruzan con el trio genial en diferentes etapas. 
Los tres niños, camino a la adolescencia fueron estimulados por grandes conciertos y figuras de renombre internacional, ejecutando batutas o instrumentos sobre partituras gloriosas en salas hoy desaparecidas, aunque el Teatro Colón permanezca bello y elegante, desafiando el porvenir argentino y algunas de sus nubes negras. Esa época lejana impregnó el ánimo de los protagonistas de este libro excepcional durante el resto de sus vidas. De no ser por esta autora, milagrosamente salvada de los textos planos y la molicie literaria que invade desde hace tiempo la literatura hispanohablante, el tema se hubiese prestado a redactar otra guía telefónica de mudanzas, parentescos y otras yerbas, aglomerando en forma insoportable datos, fechas, escaramuzas con la neurosis y consultas al dentista. Es por esa razón que Borges odiaba las biografías. No era del todo objetivo pues las hubo excelentes, aunque sin muchos discípulos en la especialidad. De ésta, estarían orgullosos, él y más de un grande de las letras, desaparecido y poco revisado hoy.
El apartado nostálgico de Cecilia es un vívido tránsito en el tiempo gracias al amor y la pasión por el país perdido, y también por el actual. Sé lo que es eso. Casi todas mis novelas y biografías, de pocos lectores, al redactar este escritor como ya hace tiempo no se redacta el España o América Latina (por eso la industria editorial vive de Borges, Cortázar o el “Realismo Mágico, y cuando muere un Benedetti nadie lo reemplaza), retratan el país de ayer desde el cariño por el de hoy. 
Las raíces del ser humano se abonan en la tierra fértil de la infancia, la juventud y una formación cultural. Desde el Mar Mediterráneo del Barcelonés, la memoria del Río de La Plata y sus riberas, donde la vista se pierde camino al cielo, guían mis pasiones, haciendo el mejor uso posible del abecedario contando historias. 
En cierta ocasión, durante una de mis seis retornos turísticos a Buenos Aires, David Viñas, con quien compartí algunas horas de sus últimas temporadas, escribió que “Los argentinos venían de los barcos”. Por esa sencilla razón mi corazón, de cuatro añitos desembarcado del “Rio Santa Cruz” de la mano de mi madre y mi hermana mayor, en el Puerto de Buenos Aires, es tan argentino como mi hija, el de los protagonistas de este libro y sus antepasados. 
Cecilia Scalisi y su inteligencia emocional me han devuelto con yapa la memoria de todo aquello, reforzando mi propia obra, desde el primer renglón hasta la última frase de esta auténtica maravilla, impresa o virtual. Leerla y sentirla significa crecer. Ese es uno de los grandes méritos de cualquier grande de las Letras y el Arte. Esta bella dama lo cumplimenta con creces. Palabra.

Rio de Janeiro, 26 de agosto del 2015
Joan Benavent

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