Los presuntos mensajeros de la muerte, camino al atentado.
El
atentado de Boston y su cruel saldo de muertos y heridos, reafirma la
defunción del antiguo liderazgo de EEUU en Occidente y la de su
inviolabilidad territorial. Nuevo status que despuntó en la atroz
masacre del 11S, acompañando una crisis económica de difícil pronóstico,
parejo a la dependencia exterior de su gigantesca deuda.
Durante más de un siglo, los marines, el FBI
o el más moderno CIA perpetraron invasiones e intromisiones varias en
el exterior, favoreciendo sus voraces intereses. Asímismo, la
intervención del país en las dos guerras mundiales benefició su
desarrollo sin comprometer el territorio madre. Tampoco las feroces
batallas de su tropa en Corea, Vietnam, o la más recientes de Iraq y
Afganistán. Hoy las cosas han cambiado. El enemigo yadista, checheno o
de cualquier parte, amenaza destrozar vidas desde el interior de
ciudades y Estados de la Unión. El terror ya no vive lejos, sino a la
vuelta de la esquina. Es una terrible realidad, condenable, sin duda.
Pero los méritos en la Historia se acreditan con implacable acento y,
para el gran país del norte los actuales son el fruto no deseado de lo
que, sin duda alguna, han procurado sus élites y monopolios, depredando
naciones más débiles, en la siembra constante de un legado de terror.
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