La incapacidad de leer más de cinco renglones
va ganando a la mayoría de mis compatriotas. Un fenómeno parecido
desarrolla la sociedad argentina. El país en el que residí por más de
treinta años no es el que abandoné en 1982. Pude comprobarlo durante
siete aterrizajes en Buenos Aires, entre 1999 y el 2007. Por contra,
España no ha ampliado sus hábitos lectores desde entonces.Más bien los ha reducido espectacularmente. La tragedia
actual que vivimos no se entiende, únicamente, desde
una perspectiva económica, local y europea. La cultura es en la
actualidad y, por desgracia, un bien escaso y lo que es peor, secundario o terciario en la escala de premuras culturales. Es la imagen, no las letras el contenido dominante del consumo público. Aunque incluso haga falta cultivarse para apreciar el grado de calidad de cualquier imagen. El desarrollo occidental en los últimos treinta años se basó en el consumismo, y la excelencia del confort que brindan los medios materiales; en especial el dinero.
El fenómeno de la
sequía cultural, seamos justos, tampoco es exclusivo hoy de España o
Argentina. Vas a Italia, o Francia incluso, y observas el mismo
fenómeno. Si repasas los anaqueles de cualquier librería y los topes de
venta, o los autores premiados, locales y extranjeros, caes en la cuenta
de un penoso hecho: la gente no lee. Es imposible hacerlo desde una
perspectiva crítica en la mayoría de los casos. Autores y lectores comparten por igual la flojedad de ideas y mensajes, sin vuelta de hoja.
En la desindustrializada España, el drama es acuciante. No hay seis millones de
parados porque sí. La burbuja inmobiliaria alejó a muchos jóvenes de los institutos secundarios y las universidades. La mayoría hoy no encuentra empleo. Es una generación perdida; y aunque una porción cada vez mayor de jóvenes emigre, esa ventaja no redundará en una mejora cultural y productiva para el país.
Lejos de ser una tara exclusiva en la derecha
política y social que hoy desgobierna el territorio, la izquierda presenta caracteres equivalentes de indigencia cultural y falta de perspectivas. La
diferencia es que al menos informa, aunque sin conceptualizar. Lo demás, son pancartas o exhortos que, es cierto, impulsan la protesta social
rebelde, aunque no cristalicen los movimientos en un nuevo Frente Social. Por ello, la calidad literaria y conceptual de transmitir ideas sociales prácticas de aglutinamiento político, es tan baja, como la envergadura de reflexión tocando el hueso.
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