Con José Luis Sampedro se fue una época, dónde
la esperanza no vivía en el sótano. Hoy lo hace y, hasta horas antes,
el joven profesor, nonagenario y renacentista, denunciaba la tragedia,
sembrando de luz muchas bohardillas. Lo dicho y escrito durante décadas,
tras su partida, será un legado de valor y rebeldía ante lo que parece
eterno: la injusticia sobre la tierra. La vieja Europa, cuna de la civilización,
se las vio peores. Y aunque el panorama pinte fatal, este hombre
luminoso tendrá discípulos que reaviven su eterno legado de combate por
la dignidad y la justicia social. El mejor ejemplo personal sirve a ese
fin, y el progreso, aunque pinten bastos y manden las conjuras, no se
detiene.
Hasta siempre, maestro y amigo. La brevedad de la vida humana autoriza ejemplares extraordinarios que jamás se olvidan.
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