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jueves, 4 de abril de 2013

DINAMARCA...

                     
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La frase, deslizada por Shakespeare sobre los pútridos aromas de Dinamarca se ha trasvasado a la Corte española. Años de silencio sobre lo que acontecía en La Zarzuela y aledaños, pertenecen ya al pasado. Al Caso Urdangarín, yerno real pillado in fraganti en millonarios asuntos sucios, se han sumado reveladoras noticias sobre una oculta herencia de Juan Carlos I, fruto de un legado paterno, cifrado en tres millones de euros que no pasaron por la hacienda pública; cuando aún los ecos de otro escándalo, protagonizado por Su Alteza con la falsa princesa "Corina"-amiga íntima enredada en asuntos de Estado vinculados a comisiones y apaños, incluyendo actividades junto al yerno-, colean como veneno de escorpión sobre un viejo monarca en baja forma y precaria salud. La imputación de la Infanta Cristina Federica de Borbón y Grecia, consorte del mentado chorizo y ex basquetbolista, cae como una breva madura merced a los chivatazos del ex socio, Diego Torres, brillante economista y cerebro gris de la pulverizada "Trama Noos", enfadado por la imputación de su mujer ante la presunta absolución de otra consorte: la Infanta. Una niña mimada por sus progenitores, hasta el extremo de tolerarle su permanencia junto a Urdangarín, pese a las evidencias de su culpabilidad en el saqueo de las arcas públicas, asociada a tolerantes funcionarios en Baleares y Valencia. En tal sentido, a la Reina -de imagen pública preservada por encima de la del marido-, parecen importarle más la hija y los nietos que los de millones de españoles. 
La algo tardía imputación de la aludida por el juez Castro ha caído como una bomba en la Casa Real. La reacción apoyando el disenso del Fiscal Anticorrupción, criticando altaneramente al juez, llevan el caso hasta el borde de un abismo difícil de sortear. De momento el 80% de los ciudadanos, golpeados y expoliados por la crisis y los crueles Reales Decretos del Gobierno, respaldan la decisión de Castro. Ello expresa una reacción positiva y vital de la sociedad civil antes los desmanes, por si misma esperanzadora de cara al futuro. Parece claro que, en momentos de corrupción oficial generalizada en el Gobierno, su partido y franjas del PSOE -una formación opositora inmersa en la flojedad y desorientación ante la crisis económica, política, social y moral que impera en España- Castro aparece como representante de una judicatura que funciona, pese a las brutales presiones que operan en sentido contrario. 
La intención de presentar al  presunto delincuente Urdangarín como una suerte de demonio brotado del infierno era tan creíble como la del Partido Popular demonizando al ex tesorero Luís Bárcenas. Ambos personajes son el producto de corrupciones generalizadas en los ámbitos de la Corona y la formación conservadora. Procurando sin mucho éxito, conservar el antiguo prestigio o los votos meguantes de la mayoría absoluta. La arrogancia es el vano intento de la representación. No son los únicos estamentos que presentan estos síntomas de descomposición. Pero en dichas instancias, ni el Rey o Mariano Rajoy, jefe del Gobierno y el PP, asumen responsabilidades por la basura amontonada en casa. Manda la burda tentación de echar balones fuera, derivando los nauseabundos aromas dimanados a conspiradores anónimos u opositores aviesos. La espesa malla de complicidades hace de cualquier destacada trama corrupta un hecho de complejas consecuencias, más aún si estos afectan la estructura del Estado y sus instituciones. 
Parafraseando a Don Miguel de Unamuno ante los vencedores del franquismo, quizá estos otros arrogantes y falsos demócratas puedan vencer, pero no convencerán. 
Aquella Dinamarca del Bardo no es esta España, pese a los intentos de ajustar su pulso a la asfixia controlada de un retorno al pasado...

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