Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 1 de agosto de 2008

RETORNO AL MEDIOEVO

¡Cáspita, tras semanas de no tirar un euro a la basura compré El Mundo!
Escarbando en el cubo paso por alto los malos aromas que sueltan los conocidos de siempre y extraigo un farragoso artículo del inefable Sanchez Dragó (Fernando, para más señas), titulado "Insultos".
Of course, no refiere los que el condenado Jiménez Losantos (señalo su condena judicial; aunque la otra acepción del término pueda hacerse extensible a sus quehaceres públicos)
dirigió y seguirá dirigiendo a quien se lo ocurra, sino a aquellos que otros dirigen con probada razón, al genio y figura del reconocido calumniador.
La defensa que el señor Dragó realiza de su compadre, calificando de envidiosos a quienes le combaten desde otros medios no es novedosa. En realidad, nada de lo que perpetra este falso rebelde y hedonista del conservadurismo más rancio, es original, pese a la pretendida extravagancia que nutre sus infumables textos.
A más de propagandizar la editora de uno de sus amos, y remitirnos a la figura del toquetón Rey Midas, engrosa su lista de ejemplos históricos justificantes del calumniador, apelando a Thomas de Quincey, Valle Inclán, Góngora, Quevedo, Cervantes, Lope de Vega y el infaltable Camilo José Cela.
Según el deponente, en la literatura abordada por todos y cada uno no escasearon calificativos más o menos semejantes a los utilizados por Losantos, autodefinido como "baturro" y demócrata de pro, pero que igual no conmovió a sus jueces (a los venidos y me temo que tampoco los por venir, de acuerdo a las demandas en su contra, que aguardan turno de juicio y sentencia).
Menos Cela, que además de buen escritor fue censor y al parecer confidente del franquismo, ninguno de los grandes literatos y pensadores citados realizó sus obras maestras en una sociedad democrática. Ni siquiera pudo Valle Inclán, pese a representar cabalmente la generación del ´98 y su época liberal.
Me temo que el pequeño César y su articulista defensor no captan el decisivo matiz que separa el universo arcaico del mundo moderno. Sin duda alguna, sus almas encendidas por la sangrienta tauromaquia y el nacionalismo zarzuelero del pretendido credo liberal, palpitan siglos atrás, sin desvelar la menor traza de los esplendores críticos que mencionan.
Los epítetos que en los talentos del pasado sonaban a justicia y ansia de libertad, son, en boca o pluma de Jiménez Losantos, su gavilla de repetidores y Sánchez Dragó, meros gargajos.
Purulentos esputos de los que hoy -y a Dios gracias, mal que pese a la Cope y El Mundo- en algunos casos se encarga la justicia...

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