Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

lunes, 18 de agosto de 2008

EL SENTIMIENTO NACIONAL

Sus gradaciones operan en amplio espectro, abarcando desde la mera satisfacción por pertenecer a una comunidad de señas propias, hasta el crimen.

Lo de Georgia reitera las contradicciones inherentes al tan controvertido sentimiento nacional.

En los rusos de Putin (el tardío héroe del difunto meritorio Solzehnitzin) y el trajeado títere Medvdev, impera el condigno, reforzado en territorio georgiano por la invasión armada y un bestial genocidio que no cesa, pese a los esfuerzos de Sarkozy y las maternales ubres de la señora Merkel.

Entre los georgianos reparten fichas la división de etnia y territorios, facilitando la intromisión flagrante y/o brutal de predadores varios en sus asuntos internos. Cómo factores agregados en este mundo globalizado, median petróleo, gas y respaldos geopolíticos; obvios para la administración Bush; diáfanos en la tenebrosa conducta del absorbente y mafioso envenenador del KGB.

Por cierto, en nadie impera la tendencia al diálogo. Las apetencias de Washington y Moscú vuelven a manifestarse sin que medien ideologías, ni cantos a la libertad o el igualitarismo.

"Son cosas olvidadas", rezaba el viejo tango. Hoy vigente sin sus bellísimos y sentidos acordes.

Entreverados en el olvido yacen en estas jornadas de luto para la humanidad, los cadáveres de muchos georgianos; extendiendo el fértil camposanto de Iraq, Palestina, Haití, Afganistán, el Fuerte Apache argentino, y tantos enclaves olvidados del Tercer Mundo, donde la vida no vale nada.

En el horror cotidiano, ni siquiera cuenta el sentimiento nacional.

Es que entre la misera y la muerte, el orgullo de pertenecer a una patria (definición que nace del término patrimonio), representa un fenómeno tan comprensiblemente desconocido como el de los OVNIS.

El privilegio del culto a la Patria alcanza la soberbia de los ricos que hacen su agosto, y de los que, mal qué bien, aún poseen (clase media en sus grados) una identidad común menos catastrófica que la de 1.000 millones de seres humanos

Nuestros condenados de la tierra, los días de cada día. Aquellos que no respeta ninguna hoja del calendario.



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