Creo que las huellas del franquismo y sus cuarenta años de falta de respeto por la vida nos han obnubilado. Los frutos de la masiva y dolorosa siembra son a veces insospechados.
A tal efecto cabrá distinguirlos.
Este absolutorio Código Penal que beneficia el crimen equiparando las penas a una suerte de recreo vital para los delincuentes, lo expresa con nitidez.
Ya lo he dicho en previo post, y lo reitero.
De cara a la sociedad, los irrisorios años carcelarios del jactancioso pistolero representan ante la sociedad española un accidente circunstancial, más que una pena, de la que por otra parte es tan fácil burlarse ante las víctimas y sus deudos.
La ETA es una organización criminal, privilegiada heredera de esa falta de respeto.
No casualmente es De Juana el vástago de un represor falangista. El trasvase ideológico no hizo otra cosa que adaptar las ansias destructoras de padre e hijo a una nueva realidad.
La enemistad de la banda con el franquismo es la excusa que, asociada perversamente al régimen de Monarquía Parlamentaria -donde rige el más escrupuloso Estado de derecho-, pretende asociarla a los males de la sociedad vasca.
En el credo delictivo de estos ases de la bomba genocida y el disparo en la nuca, España representa el Fascismo. Mediante la retorcida conversión eyectan aquél que los carcome de raíz. Por eso hablan del propio dolor y la imperiosa necesidad de proyectarlo a sus opresores imaginarios.
El halo místico que envuelve la actividad criminal de la banda asesina es el karma que ampara la actividad de sus pistoleros. Mientras el terrorismo organizado subsista, sus sicarios justificarán en el patriotismo sus crímenes. El convicto Karadzic es un reciente ejemplo de patriotismo criminal a escala europea.
Ni qué decir del señor De Juana Chaos, autor de 25 asesinatos.
Ante la grotesca excusa de estos mensajeros de la muerte, la justicia debe operar con todo rigor.
La soberbia de De Juana y su insólita pretensión de entregarse mañana a la literatura testimonial, descorren el último velo de la impudicia que regula nuestras propias leyes.
La resistencia del Partido Popular a plantear la cadena perpetua ante el crimen intenta conservar el mugroso velo a toda costa. Los socialistas & cía no son menos inocentes. A todos cabe responsabilidad. Aunque apenas sean responsables o aplicados con aquéllo que lo merece.
No se trata de inducir a que los terroristas vascos "se pudran en las cárceles". Importa, señores, que en su imprudente libertad, patrocinada por la ligereza de criterio y la evidente impunidad que deparan las condenas cortas, ellos no nos pudran a nosotros, mellando la confianza ciudadana en el sistema que tanto costó conseguir.
En tal sentido, la tan temida cadena perpetua debe operar como remedio preventivo ante el karma que permite a los etarras sentirse patriotas, antes que asesinos.
Será bueno poner las cosas en su lugar, pulverizándoles con fuerza de ley el heroico paripé.
En la prisión temporal de muchos sicarios de la banda, opera dicha noción del crimen. La ideologia terrorista y su soporte operativo les absuelve, parcial o totalmente de sus actos, de cara a la opinión y el voto de ciertos ciudadanos en el País Vasco.
Creo que la violencia sólo encuentra su razón de ser ante un poder dictatorial. Y en España no manda Franco hace ya más de treinta años. Sin embargo, la sospechosa lenidad de nuestras leyes para con el crimen y la violencia (no sólo etarra) parece evidente.
Inconscientemente la hemos adherido líricamente a nuestra concepción del mundo. Hoy por hoy en la Europa desarrollada somos más piadosos que nadie. Claro que también legalizamos y aplaudimos -no casualmente- las corridas de toros, sin prestar mucha atención a los violadores y asesinos de género.
El supremo valor de la democracia es el respeto escrupuloso por la vida ajena. El régimen podrá cobijar errores en su entraña. La desigualdad social y la exclusión -desnudas hoy ante las olas migratorias de los hambrientos y desesperados, o sus crisis económicas- son nuestras lacras más frecuentes. Sin embargo, ningún otro sistema permite corregir los desniveles sociales e impartir justicia tan razonablemente.
Quienes desconozcan por medio de la violencia la virtud democrática, con el pretexto que sea, son nuestros enemigos. Por lo tanto, deben ser aislados del contexto social.
Las cárceles están para eso, y no exactamente para que se pudran ellos.
Insisto; si van a parar allí mediante justas condenas, será más bien para que no nos pudramos nosotros, ni los niños que edificarán nuestro mañana; aquellos de los que hoy se burla con tanta impudicia el sádico y miserable De Juana Chaos.
Uno más de los que gozan de libertad a costa -reitero, y aguardo que se me oiga-, de nuestras viejas y enomohecidas cadenas...
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