Es el que plasmaron hace pocos días los señores Eduardo Duhalde y Roberto Lavagna; ex senador a cargo de la Presidencia y su entonces ministro económico, homenajeando al también ex mandatario Arturo Frondizi.
La carrera del extinto hombre público fue un prodigio de ubicuidad.
Séptimo vástago de una familia numerosa de inmigrantes italianos, entregó su juventud a ideas que, en el interior de la Unión Cívica Radical lo situaban en su ala izquierda. Manifiesto antifascista durante la Guerra Civil Española, este inteligente abogado intervino activamente en la política argentina desde entonces, ganando terreno en el sector que combatía el liderazgo del ex Presidente Marcelo Alvear, conciliador con el general Agustín Justo y sus manejos, dentro y fuera de un mandato abonado por el fraude y el respaldo del Ejército.
El panorama político criollo había dado un vuelco tras el derrocamiento militar del Presidente Yrigoyen, ya anciano y poco operante ante la crisis económica que desde 1929 se cernía sobre las finanzas del país. Desde el 6 de septiembre de 1930 era el Ejército quien ejercía el poder, asociado a los grandes terratenientes exportadores de carne y trigo, junto a otros sectores medios, con el beneplácito de Gran Bretaña y los EEUU.
Frondizi llegó al cenit político y partidario mucho más tarde, pero su tesón definiendo posiciones intransigentes ante Justo y después Perón, le granjearon el respeto de la clase media progresista.
Diputado opositor digno y consecuente ante los gobiernos justicialistas y su tronante líder, desde posiciones de izquierda democrática, mostró sin embargo cierta capacidad de asociación táctica con malos elementos.
Siendo diputado y jefe de su bloque, intervino en las charadas conspirativas que algunos socialistas y conservadores mantuvieron junto al reaccionario general Benjamín Menéndez con vistas a respaldar su fracasada asonada de 1951.
Sin que se haya demostrado su intervención directa en la de septiembre del ´55, Frondizi la apoyó sin ambagues, agenciándose tres años después la Presidencia (merced a la proscripción del partido peronista) con parte de su caudal de votos, producto de un secreto pacto electoral con el Perón exiliado, celebrado en tierras caribeñas con su enviado, el rocambolesco economista y hombre de confianza Rogelio Frigerio.
Meses antes Frondizi había roto con la tradicional UCR y su líder, Ricardo Balbín (caballo electoral de los militares que derrocaron a Perón) formando la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI).
Aceptado en el poder a regañadientes por el Ejército y la Marina de Guerra (sabedores del chanchullo pre electoral), el flamante mandatario echó por la borda su nacionalismo petrolero, abandonando toda idea de ejercicio pleno del poder. Debía compartirlo con las presiones armadas y así lo hizo, con reservas que al fin de una serie casi infinita de planteos y amenazas militares, provocaron su derrocamiento.
Recuerdo aquellos años de revoltijo frondizista y entreveros militares como un ejercicio de la ubicuidad presidencial en grado extremo. Se lo consideraba un aprendiz de Maquiavelo en casi todos los ámbitos, y la realidad no lo desmentía. Consecuencia lógica de estas maniobras fue su sostenido desprestigio ante una clase media que había votado sus cantos de sirena, democráticos y populares.
Había empezado traicionando su programa petrolero. No tardó mucho en reiterar la conducta en el terreno económico, con el ya castigado nivel de vida de los trabajadores. Luego siguió la cadena de traiciones con Perón, a quién había prometido una vez en el poder la legalización del Partido Justicialista, proscrito a rajatabla en todas sus manifestaciones orales o escritas por las FFAA.
Ante la presión de los uniformados -abiertamente pro norteamericanos- tampoco hesitó Frondizi en abandonar cierto amago de independencia diplomática frente al Departamento de Estado. En relación con las huelgas obreras y las protestas populares ante la incesante alza de precios, activó el rigor del siniestro Plan Conintes, devolviendo -es verdad- la CGT y los sindicatos al peronismo gremial, inicialmente combativo; pactista y corrompido en un santiamén.
Su actitud política, tras algunos años de encierro en el penal militar de la Isla de Martín García por haberse negado a renunciar ante las FFAA, osciló entre el respaldo a los uniformados antiperonistas, y el frente con los peronistas y Perón mismo, tras su retorno, en 1973.
En el olvido quedaba sumergido el abyecto decreto, anulando en 1962 las elecciones provinciales que en la provincia de Buenos Aires dieron el triunfo para la gobernación al legendario dirigente textil peronista, Andrés Framini.
Tras el golpe del 24 de marzo de 1976, Frondizi no fue molestado, pese a haber sido asesinado un sobrino suyo y el marxista Silvio, uno de sus hermanos.
Los últimos años de este ejemplar fueron patéticos. Su vieja afición a la bebida -comprobada por mi en vivo y directo durante una recepción quilmeña en casa de Crisólogo Larralde, hacia 1971- debilitaron aún más lo que quedaba de su ladina inteligencia del pasado.
Opositor del Presidente radical Raúl Alfonsín desde la gastada acera del "desarrollismo"-vulgar teoría concebida por él y Frigerio un cuarto de siglo antes para justificar el liberalismo económico de su gobierno- por entonces le veneraba nada menos que el abominable coronel Seineldín, golpista y torturador confeso.
Hoy sin embargo, le rinden culto estos otros políticos del pasado. Añorando quizá la credibilidad ciudadana hacia la política y sus representantes, hoy en crisis.
De Arturo Frondizi no hay mucho que celebrar. Si Duhalde y Lavagna le baten palmas, será respaldando una forma torcida de hacer política. En los últimos ochenta años el país no conoce otra variante.
Se me dirá con toda razón que los Kirchner no enderezan desde su jirón peronista el presente ejercicio.
Puede que no. Pero sin duda lejos está de constituir el manipulador y ambicioso Frondizi el mejor ejemplo para superar la noche de los tiempos que envuelve los asuntos públicos de esta gran nación.
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