Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

domingo, 4 de mayo de 2008

DE FARSAS Y FARSANTES

Durante los últimos tres días, en la web de Libertad Digital se accede a un artículo del señor Horacio Vázquez Rial, reseñando a un autor que, en reciente libro de 225 páginas ha pretendido explicar los pleitos de Perón con la Iglesia Católica y sus vínculos esotéricos con otras congregaciones.

El oficioso colaborador literario de los digitales cuela de paso sus dudosos antecedentes de "perseguido" por el esotérico asesino José López Rega, y la condición de erigirse motu propio en "uno de los pocos biógrafos serios del General".
No hay nada ni nadie que convalide militancia de corte alguno en este señor, antaño conocido apenas (según el escritor Jorge Asís) por su iniciativa de trasladar al verso y la rima El Capital (algo más propio de los Hermanos Marx que del egregio Karl).
López Rega se centraba en perseguir y eliminar guerrilleros o militantes obreros (yo pertenecía a la segunda especie), no payasos como éste.

Traté al señor Vázquez Rial tras haber registrado en el 2000, el que sería mi primer volumen sobre Perón en Barcelona.

Entonces, oficiando él de asesor editorial en Plaza y Janés y precisando yo, sin agente literario a la vista, un buen editor, le entregué -a su pedido- el correspondiente diskette.

Su condición de escritor, nacido en un país al que debo buena parte de mi cultura, impulsó mi buena fe.

Craso error. Pues si los que previamente habían troceado munición histórica de mi texto eran cuatreros argentinos, este otro, asesor de ellos cuando eran dueños o testaferros de una editora (asunto que la pequeñez del mundo vinculó a la experiencia empírica de forma rocambolesca), no les iba en zaga

En los primeros artículos redactados para este blog ya expliqué parte de los avatares vividos con mi obra, trabajosamente escrita durante tres largos y gozosos años. La ligereza del señor Váquez Rial a la hora de atribuir méritos inexistentes a su texto, me ha obligado a poner nombre y apellido a uno de los personajes que mayor daño ha procurado infligirme en la vida.

Para desgracia del sujeto, yo edité, con la audacia que me caracteriza, mi primer tomo de Perón un año y medio antes que hiciesen otro tanto con el suyo; bando cuyas lineas historiográficas y otras de corte psicológico toman el precedente como base (hecho que con algunos remilgos confiesa en su destartalado prólogo).

Aventajándome en contactos y por medio de la señora Carmen Balcells, había conseguido vender su "original" a El Ateneo de Buenos Aires y a Alianza Editorial, en España.
Conociendo a las dos editoras de marras que compraron el texto, justifico ampliamente la operación.
Él y ellas son -diría con suavidad- concomitantes.

Contando con una buena distribución allá y aquí, su ejemplar -de cubiertas opotunistas para uno y otro mercado- pasó sin pena ni gloria por las librerías.

Las razones son idénticas a las acaecidas con su treintena de obras anteriores. Vázquez Rial, antiguo militante del PSOE, descartado en su declive por los jefes de redacción de El País y las editoriales de importancia, es un escritor aburrido; carente de tensión dramática e imaginación.
La insinceridad en planteos pretenciosos con salidas de pata de banco se palpa desde el primero al último de sus renglones en cualquiera de sus emprendimientos. Además de tales factores, agrega a sus biografías noveladas datos inexactos, y con frecuencia, cargados de nihilismo vulgar.
Con la ficción todo empeora.

La liviandad historicista o novelesca en el sujeto ya asomaba en la seudobiografía del coronel Gustavo Durán (El soldado de porcelana), en la que el protagonista, su jefe (Spruille Braden) y el archienemigo Perón terminaban partiendo una piña.

El señalamiento de venalidades en quien Vázquez menciona pomposamente como "El General" siguió su curso en otro tratado de economía oportunista, reflejando la crisis argentina del 2001. Entonces utilizaba los textos de cierto autor trostskista para analizar el peronismo, señalando en cita que extraía de otro, confeso fascista, que "el general Lonardi había presentado Evita a Perón en 1943".

Nada más ridículo, por cierto.

En aquellos días ya atesoraba en su ordenador el contenido de mi diskette, supuestamente rechazado por Plaza y Janés de Argentina, pero se guardaba de utilizarlo, en espera de que un milagro económico le salvase de la miseria. Su economía hacía agua por todas partes y las notas pagas escaseaban.
En uno de esos raptos de desesperación me propuso hacer la segunda parte de Perón (la mía finalizaba el 4 de junio de 1946).
Harto de no poder colocar mi obra y no mediando evidencia de usurpación alguna, acoté que siendo posible, me lo tenía que pensar. Al poco tiempo, aseguró que, según sus contactos, no era rentable publicar algo sobre el personaje.

Deduje que estaba maquinando hacerse con el mismo, utilizando mi tentadora brújula. Le había caído como una breva madura. Casi enseguida y ante conductas más que dudosas por su parte, el vínculo se rompió. Poco antes ya vislumbraba la intención, pues me había indagado sobre una supuesta hija no reconocida de Perón, confesándome que programaba un libro de cortos esquicios biográficos sobre diversos personajes.
El referente se llamaría "La hija del General".

La realidad maquinada fue otra. Su fruto amargo llegó dos años después. En Buenos Aires el reaccionario Samuel Gelblung (sicario mediatico de Videla y el almirante Massera), conmovido por el confeso sionismo del autor le motorizó una campaña de respaldo mediático a su fatigoso libro. Durante parte de la misma desfiló en las presentaciones y charlas Marta Holgado, escoltada por el gallardo Vázquez Rial.
Se deduce que de esta gira tercermundista digna de unos carnavales, ambos esperaban sacar beneficios, como producto del revuelo que provocarían, tanto los padeceres de una hija olvidada y en sobrepeso, como el impactante texto que retrataba el olvido.
Ella, en su carácter de heredera, litigando con la tercera mujer de Perón en busca de un acuerdo; el otro esperando gratitud ante el esfuerzo literario a lo Émile Zola.
La patética campaña del autor justiciero y la huérfana llorosa, sólo posible en la Argentina o tal vez Haití, resultó algo chamuscada por mis protestas ante Edgar Mainhard, director de U24 y Edición I, periodista a quien el aprovechado elogia en reciente deposición.

En la revista de Mainhard, Vázquez me había mencionado elogiosamente, sosteniendo que en principio "íbamos a escribir Perón a dos manos". Era una manera de cubrirse las espaldas, ya castigadas por un juicio por calumnias e injurias entablado por Calos Bettini, embajador argentino en España.

Lo cierto es que Mainhard se hizo eco de mi inmediata furia, publicando además de una carta denunciándole por falsario, dos capítulos de Perón, luz y sombras (ya editado por entonces en Barcelona) en su web y la revista. Se había tomado el trabajo de acudir a El Ateneo y contrastar parte de los textos de uno y otro, llegando a una conclusión que no dejaba lugar a dudas sobre el valor de uno y otro material.

El farsante guardó entonces prudente silencio.

En el prólogo de su trabajo (para llamarlo de algún modo) me destinaba otra catarata de impresionantes elogios, hoy mágicamente esfumados por su cara dura y la falta absoluta de honestidad profesional.

Eran verdades que ocultaban otras mentiras por él perpetradas.

Para colmo de su bochorno, en "Perón, tal vez la Historia" brindó credibilidad a la voz de Marta Holgado, la supuesta hija de Perón, negada por dos análisis de ADN, realizados por orden judicial en la Argentina.

El dicho sostiene que "Dios los cría y ellos se juntan"; y es puntualmente cierto.

Otros testimonios documentan ampliamente la impostura de la dama, perseguida por el síndrome de la notoriedad sin base real alguna.

Yo aclaro haber leído hace años el pseudotexto biográfico de la señora Holgado, publicado en Buenos Aires sin pena ni gloria por un editor que ya no existe. El trabajo no aporta nada a la historia de Perón y aún menos a la literatura. Tampoco alguno de los actores que Holgado menciona (todos estaban bajo tierra en la fecha de publicación) puede atestiguar la veracidad de su pobre fábula. Lo único que destaca como curiosidad es el cadáver de Juan Duarte que le carga al cuñado, y para el caso supuesto padre.

Lo cierto es que el falsario intentó reemplazar las flojedades de su propia pluma con algo sensacional, y fracasó en cualquiera de los sentidos.

El derrumbre de la obra emprendida asoma en cada capítulo. En alguno, ha reemplazado mi emotivo duelo paterno fialial del general Justo -presidente del fraude entonces- y su hijo izquierdista en prisión, por un testimonio de su propio abuelo, quién, durante en un acto público en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, le gritaba ¡Viejo puto!

Tal es la dimensión humana y el refinamiento literario correspondiente a este calígrafo; a quién para bochorno de las letras nobles han premiado más de una vez, sin que el público se haya hecho eco de sus gracias (y desgracias).

Ahora sostiene que nadie, salvando al compatriota Carlos García Rodríguez (autor del libro que reseña en LD) ha alumbrado tan claro las relaciones de Perón con la Iglesia. Debe ser un amiguete de él, quizá un puente para negocios o algo así.
Para su desgracia, un flojo escritor que no sabe hacer otra cosa lo tiene crudo en la España de hoy, por más siesta cultural que atravesemos.

En cualquier caso de nuevo miente, enlodando en la ocasión a muchos investigadores criollos; y no sólo me refiero al segundo tomo de mi trilogía sobre Perón (La Dictadura Populista), donde el pleito cuenta en detalle.

Si se repasa la nutrida bibliografía de casi 400 textos que cierra el segundo volúmen, hallaréis a más de un brillante investigador argentino o extranjero abordando el combate entre la cruz y la espada.
Él se leyó el primero y unos pocos de los por mí reseñados en la bibliografía del tomo I(otra hoja de ruta).
Eso y una agente literaria ansiosa de cobrar anticipos a cuenta de un fondo semiperdido bastaron para ultimar este atentado contra el esfuerzo ajeno, mechado de trascripciones farragosas e informes de Intenet poco contrastados. El desbalance entre la primera y la segunda parte de su libro, es por ello patente. Le faltaba "inspiración"...

Para alguien como Horacio Vázquez Rial, nada que no le apetezca, ni conozca o entienda -y el esfuerzo del prójimo forma parte esencial de la honestidad presidiendo el criterio- existe.

De ahí el presente rebuzno responsabilizando a los jefes de la CGT del embasamamiento practicado con Evita, salvando de cualquier responsabilidad a Perón (que era un hombre de campo, "convencido que debemos volver al polvo del que procedemos").
Que sepamos, era su viudo y por ende el máximo responsable en lo que hace a los despojos mortales de la consorte. Pero su absorbente poder y la propia fusión con el régimen que presidia, más fuertes que cualquier parentesco, buscaron utilizarla más allá de la muerte.
Mal intérprete de la Historia y sus protagonistas, Vázquez Rial no lo entiende así.
Es que, aquel que licencia las propias atrocidades sabe licenciar otras que cuadran con su conveniencia.

Por obra del factor, de pronto el "liberal" que supuestamente reseña textos de esa cepa desde la tercera fila de una secta con intereses políticos, se nos ha hecho peronista.

No es la primera vez que amaga rendir culto "al General", este confeso admirador de los líderes autoritarios.

En el insólito prólogo que destinó a su adocenado trabajo, confesaba que "El General lo visitaba durante el sueño", pero "que no recordaba lo que le decía".

Aparte de la imagen más o menos licenciosa que proyecta la escena nocturna, quizá le haya susurrado al modo de nana; "Eres de los míos", o bien "Se te ve el plumero"

Movido por esta unción ante los sátrapas (y Perón, con ciertas variantes lo fue, desde que asumió el poder total, en 1946) cierta vez llegó a sostener que "Mussolini era la figura política más importante del siglo XX".

No está solo en aquella estimación. Berlusconi, Fini y Gianni Alemanno, entre otros prominentes políticos italianos, hoy en el poder, se manifiestan en igual sentido aunque aún cuiden las palabras.

Ni qué decir de otros coleguis de LD; el paraíso de unos arrepentidos que pasarán por alto sus trasgresiones, en aras de conservar sin mayores averías las piezas del ganado. Ya lo hicieron, pues en su momento Losantos, César Vidal y Somalo fueron anoticiados del penoso comportamiento del plumífero sin que nadie moviese una pestaña...

Así, el proclamado dolor que acompaña el accidentado paso del oscuro individuo por las letras -ante el que ni siquiera puede oponer otro humor, que aquél provocado por sus grotescos despropósitos, envueltos en la mentira como buque insignia- sólo podría justificarse si el talento y un mínimo de honestidad le vedasen dañar a los que hacemos del esfuerzo y la honestidad una forma de vivir.
No es el único que arrastra el colgajo de la envidia y la mala fe.
Para mal de ellos, nosotros existimos, con voz y espíritu rebelde para denunciar las farsas y a los farsantes.










1 comentario:

A.D.N. Literario dijo...

Las cosas buenas, relucen por sí mismas. No se requieren de grandes discursos para ponerlas sobre el tapete, pues se suben a él, solas. Simplemente... excelente.