Aludo a Operación Triunfo y su actualidad; especialmente siniestra como ejemplo de fascismo mediático.
En teoría los concursantes escogidos por los notables de siempre se someten a un duro ejercicio escolar, impartido por vocalistas, coreógrafos, gimnastas, músicos fracasados, psicólogos y un bufón entretenedor que este año oficia de director académico.
La mayor tensión en los jóvenes alumnos se vive en las galas, donde los encargados de evaluar méritos y talentos se ceban a la hora de nominar, facilitando la probable expulsión.
En previas ediciones tocaba a la feroz Noemí Galera oficiar de Cruelia de Ville, aunque en la anterior temporada la estrella ascendente de Risto Meijide ya despuntaba como superador de todas las maldades y desaguisados posibles.
En la de ahora la tensión se deja sentir a lo largo de todo el concurso, resintiendo el supuesto aprendizaje académico, especialmente visible durante las galas.
Al siniestro Meijide, enmascarado en sus gafas oscuras y el gesto cínico y sobrador de sonrisa prohibida (en parte por contrato, aunque casa con su alma lúgubre) sólo le falta el uniforme de las SS para representar lo que se le da mejor: atormentar ninguneando a quien se le pone a tiro, en el mejor estilo de lo que algunos panelistas o invitados demostraban en la miserable y ya fenecida Crónicas Marcianas.
De nuevo la discográfica y productora de TV Gestmusic, ensaya la vieja partitura del horror show, haciendo de un impresentable el gran protagonista del espacio.
Francamente soez, vulgar y mediocre, este resentido perro de la guerra es el nuevo Terminator en la nómina de Josep María Mainat y Toni Cruz, trinqueros que se han hecho millonarios a base de vender carne agusanada y palpitante en la caja tonta.
Sin duda excitan las más bajas pasiones de una audiencia que sigue el programa en pos de visionar la siguiente ejecución del verdugo. En esa atmósfera de noche y niebla, transmudada al interior de la Academia, transcurre la presente edición de Operación Triunfo.
De momento ya hay rebeliones en el presidio.
Una de las concursantes puteó en reciente gala al verdugo. Incluso, el presentador Jesús Vázquez, descontento con el giro que va cobrando el show, salió luego en su defensa ante el ataque flamígero de la Galera montando su escoba de bruja.
Otros concursante se lo toman en solfa; aunque todos temen que el tácito nazi les ponga en ridículo a la hora de juzgar su comportamiento semanal -visionado a diario desde el canal que emite Imagenio, con resúmenes diarios y comentarios en otros espacios de Telecinco- y el desempeño en la gala.
En esfuerzo destinado a conciliar lo inconciliable, Ángel Llácer, director académico más propio de un kindergarten niñoide que de un concurso vocal y artístico serio, intenta limar asperezas sin condenar los destrozos que la perversidad del tal Risto -gañán sin ningún antecedente artístico o comercial de mérito en el campo musical- o los ramalazos neuróticos de la Galera están causando en el ánimo de los alumnos sobrevivientes al castigo público, ejercitado durante el espectáculo.
El pretexto es "endurecerlos por lo que vendrá" cuando abandonen la supuesta protección del concurso y el fervor de masas que lo rodea.
La realidad de esta maquillada versión de "la letra con sangre entra", más propia de los tiempos de Franco, supone una degradación personal que no cualquiera puede superar; y menos cuando la juvenil falta de experiencia deja hondas huellas en la psique y la vida.
Llácer y sus suaves mariconadas de ninot operan como una píldora calmante tras los castigos del jurado.
En la anterior edición la batuta correspondía al solvente compositor y producer colombiano Quique Santander, secundado por su ayudanta Edith Salazar.
Los roces entre Santander y Gestmusic a causa de Meijide y sus tropelías -indicadores del nuevo curso que adoptaba la musicalidad del evento- provocaron su alejamiento en beneficio de Llácer, portador de buen rollo con los concursantes de OT desde los inicios aunque a años luz de Santander en materia musical.
Hoy por hoy se ha convertido en la tapadera de Risto Meijide y el friegapisos de Mainat y Cruz. En buen romance, la sonrisa boba de una colonia penal disfrazada de Academia.
En ella durante siete días de convivencia aislada y clases o ensayos, se preparan las deportaciones de los días martes.
De momento, esta farsa degradante de lo que se supone un hecho artístico, goza de un prime time más que aceptable.
Jiménez Losantos también lo acredita en sus deposiciones matutinas.
En realidad, OT y La Mañana de la Cope son dos fenómenos parecidos.
Desde la TV o las ondas hertzianas se perpetran atentados contra concursantes canoros o personajes públicos. La receta es idéntica. Parte de la descalificación basada en la burla o el escarnio practicados por el sádico de turno y su látigo emocional.
La pretensión de ridiculizar en nombre del arte o la patria a aquellos que no cubren los requisitos de aceptación por parte del juez de guardia con jinetas de milico, no es una fórmula novedosa; pero funciona sin remilgos en la España actual.
Mientras tanto, la cultura sigue bajo mínimos en las entrañas de una crisis económica larga y cruenta que recién comienza.
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