Myanmar y China nos revelan, una vez más, la desigualdad entre los ricos y pobres de este mundo.
La verdadera catástrofe sigue siendo ésta: la desigualdad.
Ante las furias de la naturaleza cuentan los recursos. En los países desarrollados, terremotos, huracanes o tsunamis son paliados por medios materiales que, además de prevenir la amenaza en ciertos casos, socorren al instante.
En cambio, la precariedad cuenta en esta China que crece sin equidad social (pese a la propaganda comunista de un régimen que supuestamente la promueve), y aún mucho más en la antigua Birmania, controlada a sangre y fuego por el rigor militar de una fuerza armada corrompida hasta el tuétano; mientras los dirigentes chinos y los hindúes comercian con ellos alegremente, sin que Occidente sea ajena de la repartija de sus recursos naturales.
La ayuda que enviamos desde la acera del privilegio es hipócrita.
En Myanmar los desastres naturales sólo aceleran una muerte masiva que desde tiempos lejanos provocan el hambre y la represión.
Ahora, con la crisis económica peligran nuestras propiedades, sometidas al pago de hipotecas cuyas tasas de interés desbordan lo hasta hoy conocido.
En Myanmar imperan las chozas de cartón, ramas y lata oxidada, levantadas en cualquier parte.
Hoy medio millón de personas carecen hasta de eso. Una de cada cuatro yace sepultada entre escombros, y nadie entre los vivos se libra de una falta de agua que no es la nuestra, en tanto asoman amenazantes las plagas de malarias, dengues y otros azotes, desconocidos para los privilegiados de la Europa, próspera hasta ayer.
La cruel ecuación, retórica aunque sencilla en su formulación, revela una vez más que nunca la pobreza es un valor absoluto, ni las catástrofes son exactamente naturales. Más bien forman parte de la naturaleza humana.
Los ricos existimos como tales por nuestra capacidad de vivir de los pobres, ignorando deliberadamente que la forja del paraguas de acero que nos protege de aquello que abate a otros, alimenta el calor de la fragua quemando los recursos de los miles de millones que viven a merced de la intemperie.
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