Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 14 de noviembre de 2015

EL BATACLÁN



No bastan medidas de seguridad de seguridad para impedir bestiales atentados como el de París. El mismo revela lo frágiles que somos en un mundo que precisa de la paz y la equidad social como el oxígeno el cuerpo humano. Para que no nos invada el dolor y la desesperación que sintieron los parisinos que inocentes se divertían, a la hora de ser despedazados, heridos y sangrantes ante el ataque despiadado de gentes que proyectan al exterior el infierno que llevan dentro.La sociedad francesa es, por historia, cultura y tradición, de las más civilizadas del mundo. Ello nos horroriza más aún. Sin embargo, no debemos olvidarnos de las masacres silenciosas y para nosotros inadvertidas, de los pueblos en guerra, ni del despotismo o el hambre en el mundo. Todo eso existe, y llega hasta nosotros, los civilizados occidentales, de la forma más cruel. Las víctimas de las Torres Gemelas y El Bataclán nos traen ecos de miseria, atraso y locura, en un mundo con demasiados pobres, y pocos ricos que juegan a las finanzas. Sin ir más lejos, reproducimos en pequeño esa ecuación. Con la comida que nosotros tiramos al cubo de la basura en los países ricos, podría remediarse el fantasma del hambre en el planeta.
En verdad, el problema que nos aqueja es doble. Empecinarnos en ignorar lo que sucede en otras tierras es, creo, el más importante. Pues compete a las sociedades más avanzadas y culturalmente robustas, liderar los avances de la humanidad, que deben ser globales para no morir en el intento. El terrorismo asesino debe ser punido, qué duda cabe, pero sin olvidar a los pueblos que no han conseguido alcanzar el equilibrio civilizador, donde núcleos fundamentalistas echan mano del fenómeno religioso celestial para destruir a quienes consideran responsables de sus males terrenos. Occidente tiene que ver con ello. La historia reciente lo atestigua. Cabe a las principales potencias mundiales corregir esa injusticia de origen. Pero con independencia de lo que hagan otros, seamos conscientes de nuestra responsabilidad individual. Los problemas que aquejan a la humanidad se relacionan con cada uno de nosotros. Con vendas en los ojos, vendrán los fanáticos a despojarnos de ellas en la forma más brutal desde cualquier instante. Por ese camino no habrá paz ni seguridad que dure mucho tiempo. De momento, sólo nos alcanzan las lágrimas e impotencia que despiertan en nosotros, puro dolor, las ciento treinta víctimas, y los tantos heridos y mutilados del salón de fiestas parisino. Una tragedia contemporánea en un mundo precisado de equilibrio social.

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