Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 13 de mayo de 2015

LAS HUELLAS DACTILARES DEL ESCRITOR



           Horacio Quiroga arriba, Gustavo Martínez Zuviría muy abajo

Al escritor lo delata su pluma en todos los casos, desde los términos que emplea urdiendo renglones, y en ellos mismos. Leyéndoles detectamos su sinceridad o lo opuesto. El brillo de joyas falsas o verdaderas se exponen en cada escaparate temático. Como en todo, las palabras también sirven para disfrazar con habilidad aquello que la conciencia oculta cuando se es cómplice de mentiras y engaños. Sin embargo, en ciertas ocasiones el talento y el oficio de un Mario Vargas Llosa opera con relativo éxito, ensamblando virtud literaria con estafas continuadas. El listado de meros propagandistas de estilos de vida sumisos o vacilantes es tan largo y retorcido como el devenir literario, una vez divulgado el uso de la imprenta. Estos especímenes fueron siempre mayoría a lo largo de los siglos. Y si no sepultamos del todo algunos, es por que figuran como ejemplos de lo que no debe repetirse, asociándolos a su propia condición, moral y espiritual. A ellos, y los lectores de su tiempo. Viene al caso el argentino Gustavo Martínez Zuviría, quien, bajo el pseudónimo de Hugo Wast, arrasaba en las librerías criollas de los treinta y cuarenta, mientras Horacio Quiroga o Borges malvivían de la escritura. Zuviría era racista y pro Eje, odiaba desde los judíos hasta los proletarios, y dirigió muchos años la Biblioteca Nacional (incluso con Perón). Hoy casi nadie lo recuerda, salvo de momento quien escribe estas líneas, mientras los que malvivieron en su tiempo sobreviven en la memoria de lingüistas, criticos literarios e historiadores. Se me dirá que Leopoldo Lugones también era reaccionario, igual que Borges y el primer Cortázar, pero literariamente, los tres últimos brillaron como pocos, pese a que sus respectivas aversiones, muy visibles en el toque pesimista tan cercano al nihilismo de lo que fue una élite nacional en épocas distributivas, maten parte del encanto cuando les leemos. En cambio, Hugo Wast carece del más elemental. Quizá fue popular porque era más sencillo leerle. En ese factor pasajero, es donde, justamente, afincan los mediocres que nada aportan a las letras, su gloria temporal.

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