Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 2 de mayo de 2015

LA FUERZA DEL PASADO EN LA INSPIRACIÓN DE UN ARTISTA

                     Oleo de Jesús Helguera, pintor mexicano

(un cuentito almacenado en la buhardilla de los años)
Era un bohemio treintañero. El artista que pinta sin depender de otro éxito que el proporcionado por la inspiración. A él no le faltaba, y a veces un marchante amigo conseguía vender sus pinturas a precio razonable. Pero la tarde que la descubrió en el Café Tortoni, la creatividad quedó para siempre encadenada a su belleza. Era más o menos de su edad. Pelirroja oscura, de piel sonrosada y ojos atornasolados. Entonces la acompañaba un maduro señor. Por primera vez en su vida no resistió el impulso de seguirle el rastro. Las mujeres eran su fuente de inspiración, pero nunca las persiguió. Llegaban solas e impregnaban su vida de belleza, hasta que partían en busca de un marido con trabajo estable.

En un taxi fue tras ellos, pasajeros de limusina negra y flamante. Pararon sobre la Avenida del Libertador y se perdieron en un edificio de calle aledaña, mientras el chofer al volante bostezaba, aguardando una larga noche de atenta vigilia y emisoras radiales.
Él también esperó, parado en la esquina, viendo como las luces de un segundo piso se encendían, y ella descorría las cortinas franqueando el ventanal a la suave brisa de Buenos Aires en primavera. Luego, la luz del piso se hizo penumbra y pudo ver dos cuerpos juntarse en besos y abrazos.Le importó más ella que su goce con otro. En primera instancia, la obsesión alcanza esa fase. De momento, el haber captado su belleza le permitía retratarla con paleta de artista. A medida que bosquejaba el rostro aquél, sentía que ella toda le pertenecía, sin saber por qué.
En las semanas siguientes volvió a montar guardia a todas horas, hasta descubrir los hábitos de la dama. Se levantaba tarde, sacaba a pasear sus dos caniches blancos, y hasta la noche no daba señales de vida. Siempre la recogían coches de lujo, pilotados por nuevos visitantes que, pasada la medianoche la devolvían al piso, sin que ninguna escena pasional se volviera a repetir. Mientras, él llenaba de lienzos la buhardilla de artista con nuevas imágenes combinándola con estudios al carbón que pendían de las paredes. Con gran disimulo, la había fotografiado su pequeña Leica durante aquellos trajines nocturnos, siempre de madrugada, y en compañía de varones fijos, o transitorios. En ocasiones les seguía la hoja de ruta hasta restaurantes de lujo o cabarets.
¡Cómo los envidiaba! Así era, sin conseguir explicarse la razón última de la obsesión más fuerte e intensa de su vida.
Cierta noche, ella bajó sola de otra limusina, blanca esta vez y, tras llegar al piso abrió la ventana de par en par. El ambiente penumbroso dejaba cierto espacio a la inconfundible luz de velas encendidas. Él, amparado en las sombras de una ochava providencial, pudo contemplarla por vez primera, desnuda hasta la cintura; límite autorizado por el borde del ventanal.
Un cierto escalofrío le surcó el alma al descubrir que la dama lo observaba, tras encender un cigarrillo. Y que sus labios carnosos desprendían volutas de humo en forma de corazón. Se frotó los ojos para convencerse mientras los corazones de humo se sucedían uno tras otro desvaneciéndose, camino a las estrellas.
Se despertó a la mañana siguiente pensando que todo había sido un sueño, por efecto de un timbrazo enérgico.
¿Sería el cartero, o una casera a la que debía el mes de alquiler?
No. Era su objeto de deseo; a la que franqueó de inmediato el paso venciendo el monumental impacto de la sorpresa.
Ella se tomó su tiempo, observando la propia imagen, multiplicada en estilo impresionista bajo diversas luces y ángulos,esparcida por la buhardilla, el pequeño kichenet, y hasta prendida a los azulejos del baño.
"Sos un gran artista. Ya lo sabía. Desde chico asombrabas a las maestras con tus retratos a lápiz o al carbón."
No entendió.
"Fuimos juntos a la primaria. Entonces llevaba anteojos, trenzas y un aparato que me enderezaba los dientes. Era difícil fijarse en mí. Vos en cambio continuás siendo guapísimo, y fino en la cierta madurez. Eras muy callado y solitario. Eso te envolvía en un aire misterioso y prometedor. Nos gustabas a todas las nenas. Después te mudaste y perdí el rastro, hasta descubrirte en el "Tortoni". Desde aquella noche te fijaste en mi, sin perderme pisada. Extravié las trenzas y los dientes se enderezaron. Además, me ahorraste el trabajo de seguirte. Ayer noche sabía que estabas, como siempre en la ochava, y no pude más. Siempre fuiste mi Príncipe. El hombre soñado, entre una fauna de especies vulgares que nunca me hicieron feliz.
Ya en el interior, ante sus ojos se desnudó lentamente, revelándole el resto de un continente bellísimo.
"Sí. Quiero ser tu modelo, tu musa, y hasta un perpetuo objeto de deseo, si lo deseas. Pero antes intimemos un poco, querido mío. Llevo muchos años aguardándote..."

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