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martes, 19 de marzo de 2013

LA OTRA GUERRA


Lo que más devasta al ser humano es la precariedad. La brutal acción de una guerra provoca víctimas anunciadas por armas letales. Sin embargo, la muerte masiva llega bajo otras formas, menos súbitas y manifiestas, como en una tenebrosa cámara lenta que imprime el diablo.
En la actual Unión Europea, despóticamente encadenada por Alemania a la argolla del Euro y el pago compulsivo de las deudas pendientes con su banca, por parte de Chipre, Grecia, Portugal, Irlanda, España e Italia, se desarrolla otra forma bélica de actuación que, en nada debe envidiar a la brutalmente practicada por El Tercer Reich. 
En esta otra versión de la tragedia europea no hay metralla, ni bombardeos. Tampoco los edificios se destruyen ni las calles se anegan de sangre. Se trata de una muerte acompasada que afecta a franjas inmensas de la clase media, enviándola a la desesperación a base de paro, desahucios, cancelación progresiva de los servicios sociales y educativos, incesantes recortes salariales y miseria generalizada, sumergiendo a los pobres de siempre en el pozo más negro desde la posguerra. 
Así como Hitler, Mussolini o Stalin contaron con políticos dispuestos a convalidar la muerte y el despojo continental en cada uno de los países ocupados militarmente, o sometidos a su influencia, el Cuarto Reich de Merkel y el Bundesbank echan mano de funcionarios bien pagos en Bruselas, eje funcionarial de casta bien organizado a lo largo de años, con sus foros y falsos congresos; aptos para normativas que jamás evitaron la agresiva hegemonía alemana. Esa superestructura de cartón piedra es complementada por gobiernos dóciles a la misma. La escena se convalida mediante el voto democrático en los territorios comunitarios. Este comportamiento social empieza a cambiar sin conseguir aún cristalizar políticamente en un núcleo importante que plante cara al sistema imperante. Las razones son diversas, la principal sin embargo, radica en el pasado inmediato del cuál comporta herencia.
La propaganda y ciertas medidas reformistas han generado una conciencia europea que se creía válida antes de la crisis, revelándose después precaria en extremo, y por último rotundamente falsa. La consciencia del fenómeno va aumentando en los territorios del sur, a medida que la crisis económica y social avanza.
Esta divisa asimétrica, barata para el eje de mando, gravosa para la periferia, ha sido la obra maestra de un plan que fue perfeccionándose desde la caída del Muro de Berlín. 
Ahora caen Estados que dejaron de ser soberanos o cuando menos interdependientes. Se acreditan vasallo, asumiendo montantes públicos y privados de deudas imposibles de pagar, gravadas por intereses constantes que determinan los mercados según los draconianos ajustes internos de cada economía. Son los peones del tablero, y con ellos buena parte de sus poblaciones por efecto de ese reforzamiento imperial, efectuado en detrimento de los más débiles. La Historia demuestra que una vocación semejante no remite por sí sola. Y la de Alemania, que ya causó dos guerras y decenas de millones de muertos en el siglo XX, vuelve a desnudar su naturaleza opresora y asesina. Ahora sus mandos políticos y financieros suplantan las tropas de ocupación por el chantaje del pronto pago, sumando la complicidad de los partidos de la derecha y el centro europeos, sin que la izquierda, aún postrada por la caída del comunismo y carente de modelo alternativo, asuma la resistencia activa en esta otra guerra. La peor de todas por ser la menos tradicional y manifiesta, pero que destruye a espuertas tejido humano y fuerzas productivas, junto a la cierta equidad social que hizo de Europa occidental un polo avanzado de civilización y respeto a los derechos humanos durante medio siglo. En la era globalizada, esto ya es cosa del pasado.

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