La escena de mujeres y niños en un basural se reproduce por doquier en este planeta desigual.
La actual crisis económica las extenderá muy pronto a países desarrollados del mal llamado Primer Mundo. Con todas las críticas que merezca el Che, debe reconocerse que el odio por la marginación y la miseria ocupaban el centro de su corazón.
Y no es que otros sentimientos menos solidarios y francamente dañinos le fueran ajenos. Pero en muchos líderes que invocan o han invocado la justicia social para justificar el cesarismo, los elementos conforman un todo, sellado por la ambición personal, y la voluntad de vencer a heraldos del privilegio.
La intervención de Guevara y Castro en la Sierra Maestra fue legítima, en tanto que procuraba liberar de un tirano la patria de José Martí. Lo que vino después desligitimaría los principios democráticos entonces esgrimidos por el Movimiento 26 de julio y sus líderes. Cincuenta años de comunismo tropical y dominación castrista arrojan el patético saldo de hoy.
Defender la democracia universal desde el egoísmo de la buena vida no presupone una exacta virtud. Sólo la comporta, en tanto hagamos carne de sentimiento el imperio universal de la justicia social, y la defensa del débil frente al poderoso.
Cuando observo a políticos, escritores o historiadores reaccionarios criticando al Che, a Perón o la experiencia cubana (donde a pesar de los demás horrores no se apreciaban o aprecian dramas como el de la instantánea) y el régimen venezolano (menos excluyente que otros), sin equilibrar el juicio que se merecen experiencias falsamente democráticas del pasado y presente, no puedo menos que contraatacar la perversión que supone disfrazar las pústulas del privilegio y la exclusión con blancas togas recién sacadas del tinte.
En tal sentido, señoras y señores, comparto la gran obsesión del Che Guevara.
Solo en ése...
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