El cándido sheriff negro de Mel Brooks, inicialmente nombrado por la pandilla de corruptos políticos del wild west, que en la escena le acosan.
Quizá la desopilante Blazzing Saddles (Sillas de montar calientes) anticipe el periplo de Barack Hussein Obama en la Casa Blanca.
Se edificó líder en Illinois, puerto franco de cargos congresuales que se compraron y vendieron al mejor postor en los últimos años. Luego ganó posiciones en el Partido Demócrata, controlado en gran medida por el matrimonio Clinton & asociados.
Entre que Barack Hussein se les colara o le colaran ellos, me quedo con la segunda opción. En la tradición yanqui los afroamericanos han desempeñando un plausible rol de compañía.
Sin Bill "bojangles" Robinson, la primorosa Shirley Temple no se hubiera lucido tanto en La pequeña coronela, ni tampoco Jack Benny prescindiendo del popular Mantan Moreland en las célebres emisiones radiales de los años ´30.
Ni qué decir de la magia de Mandrake faltándole Lotario.
Rebasando impoluta el nuevo siglo, la consigna sigue funcionando en los filmes o las series televisivas de blancas pieles estelares, donde los afroamericanos se lucen estampando el "toque humano de humilde rectitud" en sus tramas.
Pues bién; Obama desempeña idéntico papel escoltando el monstruoso poder de las finanzas y los cartels en los EEUU.
Ello explica que una de las principales medidas anticrisis encaradas por el flamante mandatario del imperio fuese la entrega de 180.000 millones de dólares a la aseguradora AIG (American Internacional Group), columna de las finanzas norteamericanas.
Poner zorros a cuidar gallineros no mejora la producción de huevos.
De ahí que, ni cortos ni perezosos los capitostes de la entidad resolvieran socializar entre 78 altos ejecutivos la minucia de 218 millones, resguardándose el futuro por los importantes servicios prestados antes de la debacle del gigante de los seguros.
Ahora el Fiscal General, Richard Blumenthal recibió las denuncias pertinentes sobre esta estafa infligida al erario público, sin que por el momento cesara el Presidente a su Secretario del Tesoro.
Quizá, por faltarle el símil justiciero del filme, encarnado por Gene Wilder, redentor del sheriff de color, un ex esclavo manipulado por malvados.
Tal como pinta el friso, el flamante mandatario - diplomado en Harvard, a diferencia del otro- vendría a representar el señuelo votable que la añeja corrupción de los grandes partidos dispuso en la emergencia.
El esponsor competente, que en su momento corporizó durante ocho largos años el dócil Ronald Reagan para los republicanos y los grandes trust; de piel levemente oscura hoy.
De momento, y a la vista del señalado trapicheo, el rastro delictivo legado por el escándalo de su parroquia estadual no tiene buen pronóstico. Menos aún la desvergüenza de los chorizos de AIG.
Es cómo si operasen con licencia de hábito invariable.
¿En qué medida permaneció ajeno Obama al común denominador político? ¿Es casual que dos altos funcionarios designados por su voluntad renunciasen prematuramente al desvelar la prensa incompetencias éticas con sus cargos?
El tiempo, que pone todo en su sitio, resolverá los misterios que se ciernen sobre nuestro carismático personaje, y la jungla en la que se formó y creció como animal político.
La espesa telaraña del entramado elitista que precipitó este desastre financiero de proyección universal no tiene relevo fácil.
Sus políticos, managers y economistas son lo que hay, y el inquilino de la Casa Blanca les debe teórica obediencia. Por ahora le ecompañan veteranos de la vieja política, empezando por Joe Biden y Hillary Rodham Clinton...
Las atractivas leyendas del Oeste y sus heroicos cantares de gesta, de protagonistas capaces de avanzar contra la corriente del mal desestimando el riesgo, no se vislumbran.
Quizá por que parirlos lleva mucho más tiempo que realizar una premonitoria farsa sobre la corrupción... en el wild west.
De seguir avanzando esta debalce universal, Europa Occidental y América del Norte volverán, según sus propias tradiciones, al estadio de barbarie.
¡Ojalá me equivoque!
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