Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 28 de marzo de 2009

EL TIMADOR PARANOICO QUE QUISO REINAR Y LA SOCIEDAD QUE LO PRODUJO.

El corpóreo perfil de un gran embustero y aspirante a Rey de Wall Street.
Que un solo individuo time al prójimo en 64.800 millones de dólares viene a ser una suerte de hazaña al revés. Bernard Madoff lo consiguió en base a dos premisas básicas: el desprecio por los seres humanos en general, y la singular capacidad de capitalizar en su provecho la codicia de los más ricos; o si se quiere, los menos pobres.

La tarea de planificar la mayor estafa individual de la Historia contemporánea requiere tiempo, paciencia, dotes excepcionales de estratega, y un sentido táctico de la oportunidad realmente único.

Madoff empleó 20 años de labor más o menos honesta como broker en Wall Street para ganarse una reputación. Lo demás, corrió a cuenta de una polarizada estructura social.

La concentración de la riqueza sectorial, operada en el mundo moderno durante los últimos veinte años, y su potente reflejo americano, favorecieron los planes del que soñaba ser Rey en la nueva Babilonia.

Por ello, si la fortuna de las elites era propicia, nada mejor que tentar a las mismas con su vertiginosa reproducción.

Munido del talante y firmeza adecuados a una impostura creíble, trabajosamente camuflada en los pliegues de su frágil moral social, Madoff se lanzó al ruedo aprovechando su integración a los cenáculos donde se respiraban los aromas de la fortuna, el confort y la codicia insaciable.

Este pescador de grandes piezas conocía a fondo las debilidades de sus acaudaladas víctimas, consistentes en el natural afán burgués de acumular nuevas ganancias lo más fácilmente posible. Eran su correlato de clase, y hacia ellos no guardaba afecto o lealtad alguna.
En verdad, su densidad emocional no rebasaba el estrecho perímetro familiar. El resto de su vida interior lo ocupaba un feroz instinto selvático.

La carnada de unos intereses que llegaban a oscilar entre el 8 y el 12%, de beneficios para el inversor en su secreto montaje piramidal, surtió efecto por razones operativas de astuta captación, unida a la desaprensión de sus víctimas.

Para cualquier observador sagaz de la realidad económica con una pizca de honestidad intelectual, la "honra" de intereses semejantes sólo podía señalar ingentes lavados de dinero negro, procedente del narcotráfico, la mafia internacional y el crimen organizado.

O de algo en lo que casi nadie (salvando al broker y escritor Henry Markópulos, pionero en ventilar el revés de la vieja trama) imaginó.

A estos miles inversores de la high society (equivalentes a los "awilus", o aristócratas babilonios) les importaba un pimiento de dónde Madoff rascaba la ganancia que motorizaba el trapicheo, en tanto cumpliese lo pactado.

Sin embargo, los pactos empezaron a resquebrajarse cuando ante los primeros síntomas de la actual crisis, sus víctimas propiciatorias le reclamaron un total de 7.000 millones, que en modo alguno podía satisfacer ante la mengua de nuevos inversores.

Sobre el que quiso ser Rey de Wall Street, extraordinario realizador del viejo tocomocho adaptado a las finanzas que supimos conseguir, no tardó en desplomarse su propia pirámide financiera, templo convertido en ruinosa tumba del porvenir inmediato.

En el fondo de esta miserable historieta de ricos y codiciosos (incluido el señor Elie Wiesel y su "Fundación para la Humanidad", o algunos millonarios dados a la filantropía para detraer impuestos), hecha pública gracias al derrumbe financiero norteamericano y su vasta proyección mundial, se articula el delirio paranoico del psicópata y estafados que distaban de ser ángeles.
Uno de los factores que activa la sed inagotable de la riqueza en un mundo desigual, es la búsqueda de la seguridad eterna a través de la diferenciación pecuniaria. O sea, cuánto más tengo menos vulnerable soy al invierno de la desgracia que abate de continuo a los pobres.

Humilde judío oriundo de Queens, quién pasará el resto de sus días en garyola aplastado por demoledoras condenas de mil vidas que no alcanzará a completar, desde un setenta aniversario inaugurado tras las rejas, deberá conformarse con apagar allí mismo la mortecina llama de su sed de poder.

De aristócrata judeo - babilonio con delirios de grandeza, Barnard Madoff pasó a ser "wardú" o esclavo, pero de la Ley actual.

Otros predadores algo más comedidos aunque con delirios invariables, se amparan aún en las sombras de una clase social que nos ha llevado al colapso. Las primas de barra libre que se cobraron los ejecutivos de AIG a cuenta del tesoro norteamericano son apenas un botón de muestra.

A ellos, junto al mancado sujeto y su demolida pirámide financiera, les ha traído al fresco los que desde siempre fueron víctimas de la exclusión.

Ahora, por obra y gracia de los financistas, banqueros y mercachifles del universo, campeones de la fortuna individual -y los demás que se jodan- seremos muchos, muchísimos más...


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