Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 21 de marzo de 2009

LA CAJA DE PANDORA DEL SUBCONSCIENTE: LAS DESVENTAJAS Y LOS TEMORES DE BARACK HUSSEIN OBAMA.

Barack Obama ante el presentador Jay Leno en su show.

No haré hincapié en el error de Obama amparando a su Secretario del Tesoro tras el escandalete de los bonos AIG y sus fabulosas primas con cargo al Estado; o el manifiesto buen talante hacia Irán y sus Ayatolás.
Me interesa el acto fallido que ventiló un prejuicio bien guardado hasta anteayer. Hablo señores, de la gracia presidencial sobre su torpeza jugando a los bolos, equiparándola al quehacer paralímpico.
Voltear los palotes del bowling requiere precisión y habilidad. Rendir pruebas deportivas partiendo de carencias físicas es otra cosa. Entre los bolos y los impedimentos media el esfuerzo gigantesco, soportado en una firme autoestima y la voluntad de vencer.

Si bien el jefe de prensa de la Casa Blanca salió inmediatamente al cruce de las críticas que llovieron sobre la broma y el bromista, esa es una mancha indeleble, de las que no se borran fácilmente. En cualquier caso, se borre o no, de momento nos ofrece una valiosa pista sobre la naturaleza del funcionario de mayor rango.

Ser negro en una sociedad blanca presenta una clara desventaja. Detrae cierta movilidad social, pero no física. Esta última es mayor para cualquier humano. Superarla parcialmente a través del deporte es posible. Así lo demuestran dentro y fuera de los EEUU los atletas paralímpicos y sus increíbles hazañas.

Barack Obama probó que la pujante y esforzada movilidad social alcanzada por los afroamericanos en el último siglo, ha permitido a uno de sus representantes sentarse en el Despacho Oval que ocuparon hasta ayer los invariables mandatarios blancos de su país.

Viene a ser otra proeza aunque sólo parcial, pues ante la gravedad volcánica de esta crisis económica mundial y su proyección vernácula, queda por acreditar el triunfo final, o bien la completa debacle de los Estados Unidos de América, gran nación de cuestionado liderazgo en los nefastos años de George Walker Bush y Dick Cheney.

Vuelvo la mirada al acto fallido -proyectado en público y enmascarado en sonrisas por el subconsciente presidencial y la desdichada fórmula-, escarbando en el humus de su materia viva.
A lo largo de sus 47 años, Obama debió sentirse en desventaja más de una vez. Su talento y habilidad social le permitieron sortear zancadillas en varios campos. Unos más minados que otros. Los ejemplos cuentan. Excelente intérprete de ficciones, Sidney Poitier conseguía triunfar en el cine, mientras el reverendo Martin Luther King, líder de los derechos raciales, era asesinado.
En cambio, esta cruza de americano y kenyata superó la performance de ambos, desembarcando en la Casa Blanca tras vencer a Hillary Clinton en su territorio, y al candidato republicano en el opuesto.
Personaje singular y ambicioso, ha realizado un sueño imposible de ser imaginado un lustro atrás. A cambio, debió asumir la responsabilidad de lidiar con la mayor crisis económica, política y moral de los últimos setenta años.

En tanto que símbolo de una nueva era y aunque lo niegue, este gran fondista viene a equipararse en realidad con los disminuidos físicos que afrontan el desafío vital de superar su cuota de invalidez mediante el deporte.

El de la política y su gestión al frente de un gobierno que el resto del planeta observa con esperanza, no es moco de pavo. Equivale a la suprema Olimpíada; la más difícil de ganar que se haya visto en lo que va del siglo.

Por ende estimo lógico que, ante la tensión de un poder seriamente comprometido por el riesgo que conlleva -sólo comparable al que afrontó Franklin Delano Roosevelt ante la gran depresión de entreguerras- ciertos prejuicios, especialmente mimados por el temor al fracaso, violenten el cerrojo de su propia Caja de Pandora.

La Caja es común a todos los mortales. En ella, intangible pero real como la vida misma, guardamos aquello que por una u otra razón no nos atrevemos a exhibir por temor a vernos reflejados, y en ocasiones brota de improviso, como el clown de resorte que nos sorprende o abochorna, sembrando el estupor en los demás.

Sin querer Obama la abrió anteayer ante sus compatriotas y el universo desde los estudios de la NBC, en Burbank, desvelando que no le gusta igualarse a un atleta paralímpico, ni siquiera jugando a los bolos. Paradojalmente, el venerado Roosevelt, su antecesor pilotando tormentas, era víctima tardía de la poliomielitis y debió ejercer sus periodos presidenciales desde una silla de ruedas o usando muletas.
El nuevo Presidente no es un aristócrata blanco conectado a la créme funcionarial y las altas finanzas ni un antiguo figurante de hollywood (como Ronald Reagan) pasado al macartismo. Es un mulato tenaz que tras una carrera política emprendida desde el bowery en Illinois, encontró su circunstancia y la aprovechó a fondo.

Más joven, en plena forma física y con un carisma que envidia la elite política occidental, este hombre de dos mundos, el buen pater familia y heraldo de una América al borde del abismo, es por ahora el hombre de color más poderoso del planeta.
El acto fallido cabalga justamente en un subidón de poder.

Por la misma razón (y de ello, a no dudarlo es consciente), de fracasar en esta dura prueba, la sociedad que ayer le votó y el mundo que le observa, se lo harán pagar.
Y lo peor del caso es que, en una forma u otra lo pagaremos todos.




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