Una de las raras fotos de Homero Rómulo Cristali (1912/1981), perorando algún dislate entreverado en cierta sonrisa.
No le conocí en persona aunque le pasó raspando durante cierta Escuela de Cuadros desarrollada en la prudente clandestinidad que el gobierno de Arturo Illia -celosamente vigilado por los militares- exigía entonces, pero sus constantes intervenciones -transcritas en Voz Proletaria- me eran familiares desde meses antes.
Con apenas 17 años me había incorporado al trotskismo del Partido Obrero gracias a lo bien que asimilaba el discurso de este ítalo argentino, escindido del Buró Europeo pablista poco antes. Jefe del Buró Latinoamericano, Posadas aplicaba inicialmente el legado de León Trotski, diferenciando la base obrera del peronismo (potencialmente revolucionaria) de su dirección política y sindical (el exiliado Perón y sus burócratas sindicales).
En la ruta del maestro, sostenía otro tanto respecto de la URSS, China, Cuba y las democracias populares del Este europeo, contrastando el burocratismo staliniano o maoista que regía estos "Estados obreros degenerados (sic)" con el supuesto impulso vanguardista de las masas soviéticas y chinas.
Es decir que, en uno y otro caso el fallecido maestro y su discípulo criollo escindían la dirección burocrática o burguesa de la restante estructura social, en vez de conectar ambas piezas del producto y analizarlo como un todo.
El fatal error del primero devino intentando justificar su propia intervención en la Revolución Rusa y el mohoso credo leninista, sin acreditar al estalinismo como un lógico producto del fracaso colectivista ensayado desde octubre de 1917.
Para el nuevo profeta desarmado (pues el icono armado fue temible y cruel en la edificación comunista sin renegar de la misma en el exilio), era preciso realizar la revolución política para restaurar en los Estado Obreros, direcciones revolucionarias que enfrentasen cara a cara al capitalismo mundial y su punta de lanza: el imperialismo yanqui.
Posadas no fue el único discípulo de esta idealización monstruosa del proletariado universal; aunque sí coherente aplicando la tesis al peronista. Según el ex jugador de fútbol y zapatero de profesión, era preciso abrir una vía de clase en el movimiento para llevarlo a un frente único con los auténticos principios bolcheviques (encarnados -qué duda cabe- por su versión del trotskismo).
El atractivo de estas teorías superaba la barrera que el Partido Comunista local alzaba contra toda crítica a sus financistas de la URSS. Además, mi calidad de temprano lector de textos políticos, entre los que figuraban autores como el propio Trotski, Rosa Luxemburgo, Gramsci, Karl Kosch o George Orwell, definía, junto al fuerte impulso de Cuba, mi ruta en esos años.
El atractivo mayor de Posadas era su lisonjera interpretación del proletariado como sujeto histórico de cambio, y la cierta condición para el militante, de integrarse a labores fabriles, para desde allí ganar adeptos, organizando cuerpos de delegados capaces de enfrentar al patrón y al burócrata sindical en procura de estimular el desarrollo masivo de una conciencia de clase que impulsase nuestro Programa de Transición.
La estrategia parecía funcionar a largo plazo, aunque en medio de grandes dificultades, por la labor combinada de los patronos y sus aliados promoviendo constantes despidos. Semejante razonamiento ocultaba el auténtico fracaso del radicalismo político en el seno de la clase obrera.
Con todo, el visionario Posadas y su plana mayor, constituida por militantes de prestigio fabril y cierta capacidad teórica, consiguieron fundar secciones de funcionamiento regular y periódicas publicaciones en varios países de Latinoamérica (Perú, Bolivia, Uruguay, Brasil, México, Cuba) y otros de Europa (Italia, Francia, Gran Bretaña, Grecia, España) y alguno de África (Argelia).
El mayor brillo de esta labor mancomunada entre cuadros experimentados y contados izquierdistas de esos territorios se produjo en los años ´60, durante las conmociones asiáticas y africanas de lo que entonces Posadas y el grupo denominaban "Revolución Colonial".
Salvando Guatemala, donde la guerrilla del Movimiento 13 de noviembre se alió a las maquinaciones de Posadas, no se planteaba la lucha armada en ningún territorio que contase con una sección partidaria.
Los problemas para la organización asomaron con crudeza en previas instancias de Cuba y México. Los Castro y sus secuaces encarcelaron a varios miembros de la sección, y a otros -José Lungarzo y Ángel Fanjul- procedentes de Argentina. Lo mismo hizo el gobierno azteca con el periodista criollo y enviado del Buró político Adolfo Gilly.
A los dos primeros les liberó por los pelos el Che Guevara. Gilly pasó en cambio algunos años en la cárcel, donde escribió un importante libro sobre la Revolución Mexicana y su virtual interrupción a manos del PRI, polemizando ya en libertad, con Octavio Paz. Controversia que retrata el último en "El ogro filantrópico".
A Gilly llegué a verle durante otra Escuela de Cuadros, poco antes de su detención en el Distrito Federal. A Lungarzo y Fanjul los conocí a fondo. El primero, hombre humilde, paciente y por temporadas entregado a reparar neveras sin que nada ni nadie consiguiesen volverle al redil, era un legendario dirigente obrero de SIAM (cuando el emporio del metal fabricaba neveras).
En cambio Fanjul era un abogado tucumano sectario y maula. El típico aparatchik de izquierdas que, bastón en ristre (era cojo) te pone el pie encima ante el menor síntoma de independencia.
Un rol más suave desempeñaba el monocorde Guillermo Almeyra, un diligente heredero no confeso de Posadas, hoy colaborador de La Jornada ( de México) y otros panfletos del sector.
El común denominador de ellos y la mayoría de los militantes era su frialdad emocional y un criterio fuertemente enlazado al grupo de pertenencia creado por Posadas; una suerte de iglesia marxista sui generis donde el rol de cada uno se ajustaba al previo organigrama operativo y el nivel de sumisión a la causa y su magno sacerdote.
Todos y cada uno capitaneaban la fatal glorificación de un sujeto que les aventajaba en carácter, genio y capacidad de organización, proyectándose como un formidable pastor de ovejas rojas.
La capacidad de previsión del sujeto determinaba que el capitalismo, la burocracia comunista y el imperialismo tenían las horas contadas. En la cuenta de las horas imperaba el fervor militante y el nacimiento de insólitas formulaciones.
El ritmo "revolucionario" de la época daba pie a que Posadas fabulase, por ejemplo, que Argelia era un "Estado Revolucionario en tránsito al socialismo", o que "la guerra atómica preventiva de los estados obreros contra el imperialismo, era imprescindible para avanzar hacia el comunismo, con lo que quedara de la humanidad".
Llegados a este punto de barbarie teórica (que incluyó además la rotunda negación de la muerte del "verdadero" Che Guevara por el Ejército boliviano y el CIA), el ideario del Partido Obrero y los documentos teóricos de sus secciones pasaron a denominarse posadistas, acentuando una rápida declinación que culminó con la abierta paranoia del jefe, tras su sorpresiva detención en el balneario uruguayo de Shangri- la.
Una vez en la calle luego de una vibrante campaña "Internacional" por su liberación, el siempre itinerante Homero Rómulo acentuó incipientes teorías sobre la "condición socialista de los platillos volantes" y una supuesta "regeneración" de la burocracia soviética.
No contento con situar al ogro Breznev y sus acólitos en un proceso restaurador del leninismo en la URSS, se entregó a seducir varias militantes casadas, solteras o viudas, provocando sendos ataques de cuernos en los damnificados y la estupefacción de otros militantes.
A estas alturas le habían abandonado sus propios lugartenientes, a la vez que se desmembraban una a una las secciones continentales. Poco antes, un pleito con la guerrilla guatemalteca de Yon Sosa, acusándole de robarles 50.000 dólares, remataba el penoso final de un experimento atacado en público por los Castro, y luego por Perón durante su última presidencia.
Después estalló la cruel verdad, al hacerse público que en los iniciales años ´40, el delirante Homero Rómulo Cristali Frasnelli -tan seguro de sí en apariencia- había vacacionado unas temporadas en instituciones psiquiátricas.
Por mi parte, ya en 1968 y a fuerza de desengaños constantes tendí a recuperar mi sensatez, tras ser atacadas mis "veleidades pequeño burguesas" mediante misiva por el propio Posadas y en persona por Fanjul.
En cierto modo llevaban razón. Yo era un militante tan abnegado como díscolo, pero lo cierto es que estaba harto de ellos, sus sórdidos tejemanejes y una prepotencia burocrática que autodefinía semejante tara como "Centralismo democrático".
Era otro legado de Trotski y Lenin, los profetas de un mundo perfecto... en los predios del camposanto.
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