Al ser Mejide el purulento moscón en la sopa, el plato se torna incomible.
Una pena que de poco sirvan los esfuerzos de los concursantes, la Academia y los otros miembros del jurado.
Este espacio, contaminado a sabiendas por productores que estimulan en los televidentes los más bajos instintos, ya no tiene remedio. Creo que nadie se cree que Operación Triunfo sea un estímulo a la creatividad, y mucho menos un ejemplo para los jóvenes con alguna vocación musical.
Poner a un lumpen amoral como jurado es lo peor que podía pasar a este espacio, nacido con pretensión de seriedad, y moribundo ya en su consecuencia última.
De poco sirvió el excelente espectáculo que brindaron los finalistas -sobre todo Chipper, Pablo y Sandra-, para hacernos pasar un buen rato.
Ver y oir a un sujeto miserable con plena licencia para insultar, nos llena de ira. Como es de recibo en quienes cultivamos la tolerancia y el respeto al prójimo, nuestra ira supera con creces aquello que pudiera deleitarnos. Incluyo en el deleite las intervenciones de Cocó (simpre magnífica y especialmente sensitiva) o Noemí y el director de Los Cuarenta Principales (justiciera la primera, sobrio y atinado el segundo)
Los intentos pacifistas de Llácer llamando a Mejide "amigo", en procura de arrastrarlo hasta el Chat, más que lamentables son una clara inmersión en las aguas servidas. De hecho contradicen su buen hacer artístico y emocional como director de la Academia, parejo al incuestionable mérito de sus colegas; los profesores.
Indignan los comentarios (en otro programa de tv, emitido parcialmente en la trasnoche del señalado chat) vertidos por el mencionado canalla, asociando el pasado de Sandra a su rol de María Magdalena; ganado con el esfuerzo que siempre la ha caracterizado.
A más del repudio de cualquier ciudadano decente, el racista, homófobo y evidente sexista se merece (reitero una vez más) un sendo juicio por calumnias e injurias.
Estimo que hasta los colectivos feministas debieran intervenir al respecto.
No es de recibo que cualquier perturbado pueda desgranar con la mayor naturalidad, el respaldo de una productora y la aquiescencia del canal de televisión, los juicios degradados y degradantes emitidos impunemente durante un espacio horario al que nuestros niños y adolescentes acceden con facilidad.
En sus inicios OT iba dirigido a las familias, centrándose en los más jóvenes. Ahora es un circo, en el que un sádico que poco tiene que ver con la música y nada con la humanidad, desquicia a los concursantes, trastornando de paso a los otros jurados y profesores de la Academia.
De poco sirve que la aguerrida Noemí o el sutil Llácer planten cara (o media) al burdo agresor. Ya nada tiene remedio. No sólo el concurso huele a putrefacto cadáver. También proyecta en los medios el nefasto ejemplo que un negocio logrero y falto de escrúpulos resta a la convivencia y la tolerancia ciudadanas; tan necesarias hoy como siempre.
Hay un refrán bonaerense de lo más sabio. Es el que dice: "La culpa no la tiene el chancho, sino quien le da de comer..."
Esto es; quienes producen el espacio, aquellos que lo emiten, y los que sintonizan Telecinco -la exportación mediática de Berlusconi- los martes a las 22,15 horas.
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