Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 26 de febrero de 2010

FACHENZO EL MALDITO.

Carlos Saúl Menem, triste tigre de Anillaco, ex Emir de una maltrecha República al borde del abismo, y actual senador de la Nación, en un gesto propio del despecho y el rencor.
Merced a su imprevista ausencia del hemiciclo senatorial, el señor Menem frustró la chance de dejar al kirchnerismo en minoría congresual.

Entre las insólitas realidades de un lar dónde la Biblia y el calefón comparten un glorioso tango y realidades ingloriosas, figura el cargo de senador del que disfruta este sujeto, cuya gestión al frente del Estado durante diez largos años cambió, para horror de los ciudadanos sensibles y bien pensantes, la estructura social y productiva del país. Con el cambio se abatió la miseria sobre muchos argentinos e inmigrantes de los alrededores. El colofón del dislate amaneció con una monstruosa deuda externa y el posterior crack económico que Domingo Cavallo -uno de sus validos más nefastos-, terminó de perpetrar por cuenta ya del radical De la Rúa y el fiasco de su calamitosa "Alianza".

Recuerdo en los días de mi infancia argentina los populares radioteatros de Adalberto Campos y Héctor Bates, emitidos sobre los mediodías para deleite de las amas de casa y los que volvíamos de la escuela. Una de las obras más famosas del primero, que era galán y fue posterior "León de Francia", redicó en "Fachenzo el Maldito", atroz sujeto (encarnado por Omar Aladio) capaz desde azotar con un látigo a un párvulo ciego, hasta golpear sin piedad a mujeres y viejecitos impedidos. La historieta radial era un dramón de sórdidas proporciones, desarrollado en la campaña provincial del siglo XIX, y su éxito sembró leyenda, escenificándose -como era costumbre en la época- en los cines, teatros y circos de los pueblos suburbanos y provinciales.

El otrora poderoso Menem, promotor de las luctuosas "relaciones carnales" con el imperio del Norte, viene a ser el moderno Fachenzo de la política argentina.

Pero a diferencia de un guiñol, donde al final recibía el original su merecido, este otro malvado se apoltrona en el honorable Senado de la Nación, aupado por el voto popular de su provincia. Desde la banca ha permanecido olvidado y ninguneado a menudo por sus pares. El que fuera jefe absoluto del peronismo batiendo el record histórico de dos mandatos constitucionales sucesivos al frente del PE, se vio relegado a partiquino, al menos hasta anteayer, cuando su virtual abstención impidió a los enemigos de los Kirchner consolidar en las cámaras el pasado triunfo electoral.

Tras cartón señala que votará en contra del Gobierno.

Su finta entonces, respondió en principio a tres causas, la más destacada, su procesamiento por el Caso AMIA que la Cámara Federal deberá resolver en lo que a él y dos pájaros más corresponde. Si el organo falla en su contra solicitará su desafuero al Senado y podrá ser condenado. De manera que la táctica restando su voto en principio, consistió en negociar la resistencia a consolidar una mayoría congresual opositora al oficialismo.
El viejo rencor que guarda a tirios y troyanos hizo el resto.

Por un lado frustró respaldar de hecho el cierto liderazgo del peronismo disidente por parte de un ingrato Eduardo Duhalde, tardío rebelde tras haberle él prohijado como entenado mayor en su doble turno vicepresidencial. Por otro, demostró que hay que contar con su presencia en horas decisivas.

Narcisista extremo y de Ego monumental por encima del ocaso, el bodeguero riojano debió respirar satisfecho. Todas las miradas volvieron a confluír en él, tras largos años de ostracismo, cárceles domiciliarias y juicios varios. El fallo que se avecina es sin duda el que peores consecuencias penales puede acarrearle. Vacilante horas después del plante objetivo y el acoso periodístico, ha resuelto cargar contra los también ingratos Kirchner; sus falderos santacruceños durante muchos calendarios.

En su memoria del destino infamante contó el haber obtenido la primera minoría superando los votos de Néstor en el 2003. No le alcanzaron entonces para volver a gobernar. Sus viejos subordinados en el peronismo y los sindicatos lo dejaron pagando. Ahora talla en la componenda su escaño, con el que seguramente ha negociado el anunciado voto antikirchner, en ventajosos términos con la oposición, peronista y no peronista.

"El Turco" sabe a ciencia cierta que jamás volverá a acomodar las bottóxicas posaderas (se las abultó al desposarse una temporada con la chilena cazafortunas Cecilia Bolocco) en el Sillón de Rivadavia. Arriar el estandarte del protagonismo es harina de otro costal.
Fachenzo fue, merced al heroismo vocal de Campos y la crueldad sin parangón de Aladio, otro sujeto empeñoso perpetrando maldad tras maldad. Las amas de casa de entonces estaban aterradas y en el fondo deseaban que recibiese su merecido, aunque sintonizaron el radioteatro fielmente hasta que al malvado le llegó la hora.
A diferencia del personaje de ficción, el decrépito funcionario de carnes magras y alma faltante; el que, valiéndose de la zanahoria del "uno a uno"(peso y dólar) pulverizó las competencias de Estado y extravió la identidad nacional partiendo en dos la sociedad no lo recibió aún, pese a que la audiencia votante en su torno registra un fervor vecino al sepulcro.

Entre las asignaturas pendientes de la democracia criolla figura la expurgación política de algunos fantasmas.
De la Cámara Federal y el Senado de la Nación depende el futuro inmediato de este otro Fachenzo, orfebre de calamidades públicas varias y lacra vecinal, tan abominable como el muñeco de Campos y Aladio en la referida fábula de campaña.
A diferencia del tangible ex Presidente, integraba el matrero del éter un liviano aperitivo dramático consumido a la hora del almuerzo, desde ondas herzianas emitidas por "Radio Porteña" con gran suceso.


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