Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

miércoles, 8 de julio de 2009

A PROPÓSITO DE HAMLET, ZEFFIRELLI, GIBSON Y CLOSE.

La carátula videográfica de una cinta memorable.

Al redactar estas líneas confieso haberla visionado en dos ocasiones. La primera en el cine, en épocas de su estreno; la última el pasado domingo.

Probablemente yo haya consumido la versión de Laurence Olivier diez veces o más. El deleite fue tan enorme que conservo su formato en DVD, para volver a ella ni bien me apetezca.

Pero la de Franco Zeffirelli es deslumbrante y abrasadora. Se conjugan en favor de tanta pasión narrativa, varios factores. El de una pieza teatral que es joya mayor entre las mayores, brinda el marco adecuado. La atmósfera y los diálogos de Shakespeare siguen vivos, señalándonos cimas de ambición, crimen y engaños como propios de la naturaleza humana.

Su Hamlet cinematográfico se une el espíritu de la venganza frente a todo ello. Si en la versión de Oliver la sustancia británica y algo circunspecta del autor se preserva en una puesta en escena eminentente teatral, digna del talento del gran actor y sus grandes camaradas de escena, en Zeffirelli, se agrega al dramatismo clásico del Gran Bardo el torrente de sangre latina que enciende aún más la tragedia del texto.

A la presencia de un Mel Gibson extraordinario, desvelándonos tensión creciente y especial vigor, matizado por cuotas elevadas de tormento y rebeldía en cada parlamento, se unen la gran Glenn Close, más erótica y vulnerable que nunca en su papel de Gertrude, una madre traidora e incestuosa desde el fondo de un alma tan turbia como frágil en decisivos instantes.

Alan Bates, representando a Claudio, tío de Hamlet y asesino de su padre -el noble monarca de Dinamarca (fantasma que escenifica con propiedad el veterano Paul Scofield)-, está a tono desde el primer fotograma, cuando su rostro en contrapicado ante el cadáver funerario de su víctima semeja el de una fría estatua de piedra.

Quizá desentone ante estos tres grandes intérpretes Helena Bonham Carter componiendo una Ofelia desprovista de encanto, con su cara de pequeña manzana golden. Oteando sus tenues remilgos echamos sin duda en falta el supremo atractivo de una joven Jean Simmons.

En cambio, la Close supera en atractivo a su ilustre antecesora, la actriz británica Eileen Herlie, gran figura teatral a juego con la cierta gelidez de Oliver; aunque menos impactante de lo esperado.

En Zeffirelli el marcado acento vengativo del héroe se une a la pasión incestuosa por la Reina Madre, redimida gracias a Shakespeare hacia el desencadenamiento de la tragedia final y sus víctimas.

La flojedad de esta Ofelia acentúa el contraste del personaje entre una y otra versión, reflejando el único desnivel dramático que se percibe en el filme.

El apasionado beso en la boca que se brindan Gibson y Close tras una escena de gran tensión, plena de reproches y morbidez, apenas amaga una distante mueca de cariño entre él y la Bonham Carter. Es probable que la homosexualidad de Zeffirelli haya acentuado el rush entre madre e hijo, amortiguando el pálido ensayo entre el novio y su prometida sin revelársenos por ello misógino.

Personajes secundarios de envergadura como Polonio (el fisgón padre de Ofelia, muerto involuntariamente por Hamlet), y Horacio (amigo del alma del héroe), reconocen respectivas (y excelentes) interpretaciones de Ian Holm y Stephen Dillane.

Hay otro factor a destacar, y el mismo radica en la clara influencia que Orson Welles y sus versiones de "Macbeth", "Otelo" y "Campanadas de Medianoche" (compendiando esta última tres obras de Shakespeare) han desempeñado en el enfoque estético del director peninsular, de por sí algo flojo en la tan comercial "La fierecilla domada" (sirviendo a Elizabeth Taylor y Richard Burton), o las más artísticas "Hermano Sol, hermana Luna" y"Romeo y Julieta".

Aquí, los sabios chiaroscuros domeñan por instantes el color estableciendo un precioso equilibrio entre drama y escenario.

La atmósfera del filme es sombría e impactante, propia de un cine de alta calidad. La música de Ennio Morricone mima una vez más el celuloide con espléndidos acordes a tono con la tragedia y sus momentos culminantes.

Estimo que insertaré de nuevo este Hamlet supremo y emotivo muy pronto en mi DVD. Esta clase de néctares merecen ser degustados entregando la voluntad y el interés. No creo que la presente mirada fílmica del atormentado Príncipe, morador sombrío del castillo de Elsinor, sea superada en muchas décadas.

De momento lo han probado Kenneth Branagh y su bostezante ensayo.

Hoy considero, pese a las alteraciones que Zefirelli introduce en la estructura teatral y el desarrollo original de la pieza, que el suyo, impreso en 1990, es el mejor Hamlet del cine.

Imagino que, de revivir Shakespeare, lo aplaudiría calurosamente...






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