Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

viernes, 10 de julio de 2009

METERSE EN HONDURAS.

Los tanques y el fuego artillado dejaron víctimas entre los manifestantes.
Pero si bien el secuestro y expulsión de Zelaya, con la represión posterior, pertenecen a los fierros, es un estamento civil respaldado por previsibles intereses geopolíticos quien decidió el operativo.
La trágica historia de la República de Honduras, de población mestiza en un 90%, con un 1% de blancos y varias etnias, fue signada por las intervenciones militares durante casi dos siglos. En 1965 ya se contaban en su haber la friolera de 165 golpes de Estado.
Parte de ellos saldaban rencillas entre grupos civiles y militares enfrentados sucesivamente, exceptuando el periodo registrado por la férrea dictadura del General Triburcio Carías Andino (controlando directa o indirectamente el poder durante un cuarto de siglo) y algunos interregnos constitucionales, de entre los que destaca la gestión del jurista Manuel Gálvez, propulsor de leyes sociales, libre sindicalización y férreas normas laborales, decretando las ocho horas diarias y la prohibición de explotar menores.
El seguro social extendido a la población recién en 1962, fue posterior.
Contra la estabilización de la vida social y política del país conspiraron tres factores decisivos. Siendo el más importante la debilidad económica, basada en la agricultura durante décadas, contaron los enfrentamientos regionales (a menudo luctuosos) con Nicaragua y El Salvador, junto al poder omnímodo de la United Fruit Company, fundido a la estrategia neocolonial del Departamento de Estado.
Ya en 1916, un Presidente provisional designado por Washington en medio de cierto desbarajuste, juró el cargo a bordo del crucero "Tacoma". Nueve años después, desde nuevos cruceros bajaron a suelo hondureño destacamentos bien avituallados de marines, enviados para adecentar la semicolonia.
En calidad de tal, su territorio sirvió entre 1953/54, de base operativa para el entrenamiento de tropas mercenarias, destinadas a invadir la vecina Guatemala y echar al Presidente reformista, Coronel Jacobo Arbenz, enfrentado a la United Fruit Company.
Sobre los años ´80 del penúltimo siglo la democracia pareció estabilizarse, bajo la perenne alternancia oligárquica de conservadores y liberales.
El depuesto Zelaya, depuesto con su stetson de ranchero próspero y la sonrisa invariable en cada evento reivindicador de su caída potestad, es un hacendado liberal de origen conservador pasado al chavismo. A diferencia de la vieja trayectoria de asonadas castrenses, esta vez los cuarteles sirvieron al estamento conservador, mayoritario en las cámaras congresuales.
La razón de esta servidumbre cercana a la maestranza, hay que buscarla en la reforma militar, emprendida por el Presidente Carlos Reyna Equíadez en 1994, suprimiendo el servicio militar obligatorio.
Esta profesionalización sin base de masas (semejante a la emprendida en Argentina y otros países) subordinó en definitiva la fuerza armada al estamento civil.
Así lo acredita la seguridad que ostenta el desvergonzado y prepotente Micheletti, arguyendo valores que podían haberse defendido mediante el juicio político, sin necesidad de deponer al legítimo mandatario.
En apariencia estos déspotas (a los que se asocia y sirve en realidad la cúpula del Ejército) pone la economía del país en aprietos, al cancelar el régimen venezolano su vital chorro de petróleo. Sin oro negro pero con destacamentos sanitarios de probada experiencia enviados a suelo hondureño en auxilio del reconvertido Zelaya -y ahora retirados por los Castro-, las dificultades de este gobierno de facto son evidentes.
La presión de un crecimiento demográfico acelerado fue una de las causas que determinó el populismo en ciernes, hoy interrumpido.
Creo que, pese a las movidas del costarricense Oscar Arias, la OEA y las declaraciones de Barack Obama condenando al régimen del siempre trajeado Micheletti y su derramamiento de sangre, desde los EEUU se aplica una doble política, requerida por el lavado de imagen respecto de Bush y largas décadas de ingerencia imperial en América Latina, conectada subterráneamente a la premura por eliminar un flamante peón de Chávez y los Castro.
El frente articulado por Cuba y Venezuela ha sumado tantos con el arribo del ecuatoriano Correa, el boliviano Morales y hace poco, mediando el retorno del nicaragüense Daniel Ortega (el peor de todos).
Las buenas migas de los líderes supremos del pelotón populista latino con Rusia, China e Irán resienten la esfera de influencia de los EEUU, y el "nuevo trato" que propone la Administración Obama a Latinoamérica.
A pesar de los nuevos cantos de sirena de Washington, ningún bloque de poder, y menos el de un pequeño país como Honduras, puede atreverse a tanto sin su respaldo tácito (y activo por parte de la CIA), con todo lo subterráneo que aún permanezca.
El tema de la "negociación", lanzado al vuelo ante la imposibilidad de restaurar por medios pacíficos los poderes de Zelaya, señala en principio a Micheletti como vencedor, pese a su inevitable transitoriedad.
Si el Presidente americano y la señora Clinton hubiesen tronado en vez de alzar la voz con una paloma de la paz en el hombro, el golpe sería un recuerdo. No es la primera vez que el doble juego cruzando buenos deseos y malos propósitos se activa. Los ejemplos del dominicano Juan Bosch y el haitiano Aristide desvelan una táctica de desgaste que funcionó en el pasado.
Depuestos por los fierros, ambos líderes rodeados de gran prestigio popular, volvieron tras un tortuoso y erosionante interregno, precedido por protestas formales del "Gran Hermano" contra los golpistas de entonces.
Tras el retorno, ya no eran los mismos. Ni ellos ni sus países.
A Zelaya, menos líder con convicciones que político oportunista de ala ancha (cómo el sombrero paquetón), le aguarda igual destino.
También a Honduras, y sus siete millones largos de habitantes; humildes e inermes a cabeza descubierta la inmensa mayoría.
Es lo que hubo, por desgracia habrá, y seguiremos denunciando quienes creemos en la democracia y el estricto respeto a la voluntad popular.









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