Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 20 de junio de 2009

TOMÁS ELOY, OTRO EJEMPLAR INCONDUCENTE Y VENAL.

Martínez, el saldo rematado de una época oscura.
Ahí lo tienen, vacuo y pretencioso cómo siempre.
Tomás Eloy Martínez viene a ser, en términos conceptuales, el estornudo de Borges. No es el único crumiro que le sigue el rastro, pero sí es el más gratuito. El único mérito que brinda esta criatura mercenaria, fraguada en las cubas de plomo de tantas dictaduras militares, es su indigencia intelectual. Persuadido de ser el literato mayor de la intimidad de Perón, apenas destacó investigando su infancia, factor que se le agradece, aunque no se le tribute en letra mayor. Su fama es la urdiembre de la premura por justificar la nada vistiéndola con letra semiculta.
Como justificante absurdo de una incompetencia escudada en el orgullo, ensayó con Perón el provecho de haberle entrevistado horas en Puerta de Hierro, para retratar su vínculo con López Rega. Pero fuera de este otro mérito, "La novela de Perón" es un texto redactado por el mal gusto.
En su autobiografía (también novelada), Martínez declara no haber recibido amor en su infancia. De hecho tampoco la transmite.
La prosa de un ejemplar que pretende lo que no puede, ofrece en "Santa Evita" testimonios históricos tan originales como su encuentro con Felipe Alcaraz (peluquero de la señora) en un mingitotrio público, rasgo canalla que no le impide arrebatarme conceptos de algún capítulo del Perón I, objeto de su segura envidia.
Insertados en uno de sus artículos pasados por agua, lo imprimieron en El País. El procedimiento cuaja con sus bajas percepciones del alma humana.
En alguna deposición me alude (sin nombrarme, Dios nos libre) "inescrupuloso", al señalar que Eva le dijo a Perón, "gracias por existir" en su imaginación de escritor. Lo cité en su momento con proverbial honestidad, desde luego; premura que el ganapán no asumió al saquear mi análisis.
La anécdota prueba una vez más que la fama no sacia la angustia existencial ni la percepción de la propia pequeñez.
La fama es "puro cuento", como dice el tango, cuando la implacable voz de la conciencia nos retrata tal cuál somos en el esmerilado espejo de la vida, o de cualquier instantánea...

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