Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 6 de junio de 2009

SEVERI Y EL TANGO.

El ojo de Anastacia imprimió este collage de pinturas tangueras de Aldo, con el grande artista presidiéndolo.

Con Severi me pasa lo que con Horacio Coppola. Es irresistible a mi propia visión del mundo y sus espacios.

Mientras que Coppola refleja una reluciente Buenos Aires de los años´30, con toques barriales y mundanos, Severi integra la carne y la sangre de La Boca, Quilmes y la gran época del tango.

Yo conocí apenas la escena última de este arte popular que tan bien proyecta la pasión y el dolor, o el sainete costumbrista.

Las grandes orquestas típicas brillaron con especial fulgor desde los 30 hasta el despuntar de los ´50.

Piazzola, con formación propia en los ´40, fue el que celebró la cultura universal recién veinte años después, cuando su estilo evolucionó. Mucho antes brillaron con luz propia Pugliese, D´Arienzo, Canaro, Troilo, Tanturi, Demare, Biaggi, Basso, Firpo, Di Sarli, De Angelis, Fresedo, Mores, Varela y muchos otros.

Severi cuenta en dos documentales que reproduce algo achicados You Tube, que él vivió el fenómeno desde pibe, cuando en los barrios la muchachada ensayaba en las veredas nuevos cortes y quebradas para estrenar la noche del sábado con la minita en la velada danzante del Club.

Era el momento de las grandes orquestas y los notables estribillistas, muchos de los cuales después se cortaron solos, erigiéndose en ídolos de la canción.

Los pinceles del maestro Severi -gran admirador de Julio De Caro y Osvaldo Pugliese- perfilan esos rituales ensamblados de bandoneón, guitarras criollas, violines y pianos repicantes, marcando compases que las parejas enredan y desenredan entre sus cuerpos, poniendo carne y espíritu, mientras la voz de un cantor agrega un instrumento más al bailongo.

Registrar los lienzos tangueros de Aldo con avidez, equivale a digerir mediante el arte pictórico sensible al tacto popular, el esplendor de una época.

Si con Cóppola ingresábamos al espacio urbano de una gran ciudad, con el quilmeño adoptivo sentimos su palpitar, sin que se pierda un matiz, ni los recios acordes del tiempo lindo...

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