Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 6 de junio de 2009

EL TREN DE ALDO...

El grande Severi y nuestra vieja estación.
La otra noche, a la vera del Mediterráneo me asaltó un sueño de gamas azules y ocres salpicadas de verdor.
El poste de la estación ferroviaria quilmeña estaba tal cual dónde siempre, como los rieles y el tren, llegando, o a punto de partir para volver. Al fondo, se dibujaba el cielo, tan azul y blanco, como la enseña patria que la ciudad recoge en sus colores.
No era ni el más o menos pulcro tren del Ferrocarril Roca, que yo abordé, y del que descendí tantas veces durante treinta años, o el ruinoso y ferrugiento de después; una sombra fantasmal atiborrada de hambrientos y desesperanzados.
Era el de Aldo; Aldo Severi, nacido para mas señas en el barrio de la Boca, y cautivado para siempre por Quilmes, la ciudad donde vivió desde muy pequeño y de la que partió, hace ya tres años.
Hoy el maestro cumpliría ochenta y uno. Su tren, concebido en otros lienzos y bocetos con el alma y la paleta, atravesará los siglos venideros, como los célebres e intensos escenarios tangueros que supo plasmar, deleitando y conmoviendo a generaciones viejas y nuevas.
La otra noche, lejos del Río y cerca del Mar, les decía, me subí al tren de Severi, y desde allí arrancó el desfile de los colores típicos de Quilmes y su paisaje; el de las calles y los jardines de mi infancia y la primera juventud. En los vagones, cabía la gente que conocí en los dos perímetros que habité.
Estaban todos. Los residentes, los que se fueron del barrio, del país o de este mundo. Los que como yo, amaron y odiaron, creciendo para ser mejores y no tanto.
Memorar un paisaje sin su gente le resta grandeza al páramo. Y a Quilmes la hizo grande su gente.
La poderosa magia humana de Aldo me adentró una vez más en los recuerdos y vivencias, fundiendo las suyas con las mías.
Un gran artista despierta almas hasta en los sueños.
Y en el mío, envuelto en duermevela de compases de tango y besos robados por las estrellas a la Luna, sentí que de una vez por todas recobraba mi identidad ciudadana, tan maltrecha por mudanzas y viajes.
El tren de Aldo, catálogo de arte mayor y sentimientos plasmados al óleo dignos de una paleta que nutre el Arco Iris, me lleva a bendecir la vida, la amistad y el amor, en la noche o el día.
Tal fue el legado que durante el dormir de mi trajinado músculo y el relativo descanso de la ambición, hizo posible el maestro la otra noche.
Fue, juro, gracias al tren de Aldo, prieto de intensas gamas, con el celeste y blanco del firmamento al fondo, y el poste de una vieja Estación que dice "QUILMES"...
...La que siempre, siempre me aguarda...

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