Los
noventa en América Latina fueron una década extraviada en políticas
neoliberales, de resultado catastrófico tras crueles dictaduras
militares y democracias insuficientes. Ahora le toca el turno a Europa.
Allí ya no, porque, salvo algunas excepciones, aprendieron en sus
carnes lo que supone el poder financiero y la hegemonía de una potencia.
Aquí en cambio, falta padecer aún más para tocar fondo, y recién luego reemprender el progreso, dejando atrás el vasallaje.
Yo recuerdo que, cuando estalló la tragedia argentina del 2001, mis
compatriotas, sabedores del conocimiento que yo acreditaba sobre los
países latinos, preguntaban cómo era posible que pueblos tan
potencialmente ricos, fueran tan pobres.
"Si nosotros no
estuviéramos en la UE, quizá viviríamos peor que ellos"- les decía,
sabedor del pie cojo que gastábamos en materia cultural, política e
industrial. Y no me equivocaba.
Bastó un cambio de rumbo económico
en los países centrales (Alemania & aliados) que cortan el bacalao
continental, para que España, Grecia, Portugal, Irlanda y en parte
Italia se viniesen abajo, como castillos de arena barridos por la marea.
Antes, Washington y el FMI, o el Banco Mundial cortaban la baraja
en América Latina. Ahora Berlín dicta las normas sociales y económicas
en este viejo terruño, empobrecido y endeudado que, un día ya distante
amagó ser puntero y ejemplo del bienestar generalizado...
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