Lo bello es noble, digno y eterno si viaja al corazón del hombre

sábado, 16 de enero de 2010

LOS MENTORES Y LAS VÍCTIMAS DE UNA ENORME TRAGEDIA.
























Imagen 1: Lienzo del neoyorkino Jean Michel Basquiat, descendiente de haitianos.
Imagen 2:Haití y sus dramáticas horas tras el terremoto que ha segado más de 200.000 vidas, afectando a 3.000.000 de personas.
Imagen 3: Los marines norteamericanos desfilando en 1919, tras la Gran Guerra. Antes habían desfilado calando bayonetas en Haití y la vecindad limítrofe de la República Dominicana.
Imagen 4: El ex Presidente Jean-Bertrand Aristide y su mujer en el forzado exilio surafricano.
Imagen 5: Rafael Leónidas Trujillo. Dictador dominicano y feroz masacrador de decenas de miles de haitianos en los años ´30.
Imagen 6: Francois Duvalier y su retoño, sátrapas que ocuparon respectivas presidencias desde 1957 hasta 1986, reprimiendo a sangre y fuego ante la absoluta pasividad de la comunidad internacional.


Nacido a la independencia en 1804 luego de vencer sus ejércitos de campaña a las tropas francesas, el Reino Haitiano devino posterior República sin avanzar hacia la prosperidad. Francia había convertido su colonia en un puerto de esclavos arrancados por la fuerza del continente africano, y la elite nativa integrada por mulatos se ensarzó en luchas sangrientas por el poder. Hacia 1914 era tal el desdmadre político y la invariable miseria popular, que los EEUU, tan piadosos con los pobres y desamparados, envió una partida de marines recién aventados en 1934, sin mejorar para nada las hambrunas cotidianas. En el Haití de entonces se cultivaba la caña de azúcar, se exportaba café, poseía bosques de buena madera y poco más, como no fuese una mano de obra a precio de saldo que fue aprovechada a fondo por el neocolonialismo mediante sus multinacionales y la oligarquía nativa.


En aquellos años gobernaba la otra porción de la isla el tirano más feroz del Caribe: Rafael Leónidas Trujillo Molina, Generalísimo y benefactor de su feudo: La República Dominicana. Era una herencia consular de otra incursión de los soldaditos del norte. Trujillo frenó el éxodo de famélicos haitianos enviando sus carniceros al otro lado de la frontera, donde escarmentaron para siempre a decenas de miles. Nadie se conmovió ni denunció este holocausto, salvando los comunistas de la zona. Pero la deriva de Haití, con o sin masacres de importación, siguió su curso. Con el mismo los bosques fueron desapareciendo por dos vías: la voracidad taladora de las empresas madereras, y los humildes pobladores, precisados de leña para hornear las escasas viandas. Desde siempre el cultivo de pequeñas huertas sustituía la debilidad del comercio y el avituallamiento ciudadano. Pero un cultivo sin fosfatos ni riego adecuado empobrece la fertilidad del suelo hasta llevarlo a los mínimos que hoy se observan en la producción del café y el azúcar. Con una inmensa mayoría de la población viviendo en la precariedad de chabolas montadas con lata aplanada y cartones, era necesario emplear la mano dura. Las sucesivas dictaduras se encargaron de ello. La peor de todas fue la del médico Francois Duvalier, elegido a través del voto aunque rápidamente erigido en tirano sangriento. Su Ejército privado, los "Tonton Macoutes", practicaron el pillaje oficial y los asesinatos en serie por cuestiones políticas o mafiosas. Tanto Duvalier como su hijo - cultores del vudú, las mórbidas santerías y sus rituales, que permanecieron en el poder un total de 29 años- como los que le precedieron o sucedieron, se apoyaron en una minoría mulata enriquecida, y propietaria de fastuosas mansiones en barrios exclusivos. Pese a que la religión oficial es el cristianismo, con el vudú se practica una santería de premio consuelo ante el atraso y las continuas penalidades de una vida cotidiana signada por la violencia y la temprana muerte.


Sobre el final de los años ´80 emerge con gran ímpetu el primer líder populista haitiano: Jean-Bertrand Aristide, un joven salesiano adscrito a la Teoría de la Liberación. Enemigo del país que asesoró y armó a los sucesivos dictadores militares y civiles que tiranizaron el país, ganó las elecciones en 1990. Duró apenas un año. Previamente había sorteado varios intentos de asesinarlo. El drama de Haití y la burla absoluta de la voluntad popular la reflejan los vaivenes del propio Aristide, restituido por una nueva compulsa electoral en el 2001, y vuelto a derrocar en el 2004, siendo expulsado a Sudáfrica. La piedra de amolar que últimamente se observó en Honduras con Zelaya auspiciada por la falsa neutralidad de Washington, fue empleada mucho antes brutalmente con otros mandatarios latinoamericanos (entre ellos, el más destacado Salvador Allende) . Aristide, saboteado por el Departamente de Estado y sin créditos o inversiones a la vista, había establecido vínculos con Venezuela, Cuba y los sandinistas nicaraguenses, aunque el drama de Haití lejos estaba de menguar.


En los instantes previos al devastador sismo, el promedio de ingresos diarios de cada superviviente arañaba un dolar diario; el analfabetismo alcanzaba el 50% de la población, el promedio de vida se cifraba en los 49,6 años y funcionaban 1000 teléfonos a trancas y barrancas. Una de las plagas más frecuentes radicaba en la tuberculosis, y la magra alimentación incluía fango en la confección de una suerte de galletas consumidas a diario por la mayoría de los 8.000.000 de almas hacinadas en el territorio.


Ahora serán menos, con el agregado de cientos de miles de heridos, enfermos graves y amputados. El país, dónde la educación pública se supone gratuita pero en los hechos apenas se deja ver, carece de petróleo, gas, agua potable garantizada, sanidad y cualquier riqueza exportable, salvado pateras atestadas de famélicos navegantes que se cuentan entre los más capturados (y maltratados) por la Guardia Costera de los EEUU.


Las potencias occidentales discuten ahora condonar al país su deuda externa, cifrada en poco más de 1.ooo millones de euros. Obama ha enviado medicinas y víveres. Él es un afro americano, más "americano" por cierto, que los descendientes de esclavos pudriéndose entre las ruinas de su tierra, bajo los rayos del Sol caribeño o la luz de la Luna. Sólo postal romántica en las baladas que exaltan el turismo; sorteando la mitad de la antigua "Española". Aquella que pisó Colón en 1492, pisoteó la brutal colonización gala y ha venido atenazando sin piedad el imperio del Norte desde el siglo XX, sin que a nadie en este planeta insolidario se le caigan los anillos ni la poca vergüenza en el XXI.


En la tragedia de Haití el racismo inherente a la especia humana se ha cebado especialmente. Por ello, las tropas que desde hace años ha enviado la ONU se han ocupado de regimentar algún nivel de seguridad interna ante la previa anarquía que preludió y sucedió al último golpe de Estado contra Aristide, y nada más. Las posteriores elecciones y la última gestión de René Preval (ex partidario del depuesto líder) nada cambiaron.


Es probable que este devastador sismo concientize un tiempo a los ciudadanos del planeta. Pero de no adoptar ayudas y tutelas permanentes que restañen esta hecatombe y permitan desarrollar niveles aceptables de vida para sus habitantes, las esperanzas de que la República de Haití abandone el horror cotidiano serán vanas.




































































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